... Y sin duda, ella no era la única en desvelarse. Estaba segura de que en el mismo momento en que el miedo la despertó como si un espectro maligno y vengador llamara a la puerta, miles de hombres y de mujeres se incorporaban en la cama preguntándose si todo estaba bien, si habían hecho lo correcto, si merecían la paz o si esa llamada no anunciaba un castigo por la indignidad de sus actos.
Era normal. Se había dicho más de una vez que uno nace solo y muere solo pero vive ensamblado en el modelo de otros. Amar, comer, vestirse, trabajar, un armazón que a cierta edad se endurece y sofoca. Cruzado de interrogantes, de resquicios donde se filtran las dudas. Quizá. Posiblemente. En otras circunstancias. Miles y miles o millones de insomnes estarían repasando la trama con dedos temblorosos en busca de la oportunidad perdida, de la oportunidad tomada pero falsa, del desgarro en la tela por donde había caído la preciosa certidumbre del bien. Envidió a esos miles y miles o millones que, en Buenos Aires, en Bangkok, en Roma, en aldeas y pueblos y caseríos, en playas, en montañas, en desiertos, en la miseria, en la mediocridad, en el lujo, en el éxito, buscarían a su modo los miles y miles o millones de consuelos creados por otra multitud. La religión, eterna madre pródiga, la costumbre, legislando desde el pasado, la ira y sus chivos expiatorios. Y el sueño llegaría de distintos caminos como una mano sobre la frente, alisando las preocupaciones, trayendo en su caricia el sencillo mandato de volver a la cama y de dormir.
Fragmento de El ojo de la iguana de Vlady Kociancich
1 comentario:
Nice!
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