Mis amigos, los de la vieja guardia, están descontentos de mí. Encuentran que nada hago, que engaño su expectativa y sus esperanzas... Yo también estoy descontento... Lo que interiormente me enorgullecería, es inaccesible para mí, imposible, y me rebajo con insignificancias, con charlatanería y con distracciones. Nunca he tenido gran esperanza; pero oscilo entre la melancolía desolada y el quietismo apacible. Y, sin embargo, leo, hablo, enseño y escribo. Pero no importa; esto lo hago como un sonámbulo. La tendencia búdica embota la facultad de la libre disposición de sí mismo y disuelve la potencia de acción; la desconfianza en sí mismo mata el deseo y por eso caigo siempre en el escepticismo interior. Sólo me gusta lo serio y no puedo tomar a lo serio mis circunstancias ni a mí mismo; denigro a mi persona y hago mofa de ella, lo mismo que de mis aptitudes y de mis aspiraciones. Continuamente estoy compadeciéndome de mí mismo en nombre de lo bello y de lo admirable. En una palabra, llevo en mí un detractor perpetuo de mi persona; lo cual me quita todo impulso.
Del diario intimo de Amiel
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