Gualcondo Aurete era el hombre más pelado en veinte leguas. No le quedaban más que las orejas. Pero tenía una soberbia que cuando alguno se burlaba de su peladez, él contestaba, sonriendo despreciativo:
—¿Y a ujtede de qué les vale tener pelo si cuando les crece se lo van a hacer cortar?
Pero, una ocasión, Gualcondo entró en amores con Arminda Orcajo: buena moza, querendona y más movediza que cojinillo con horas de galope.
En el pago la llamaban "La Degollada", porque nunca había tenido cabeza. Cuando se le arrimó a Arminda en un baile, Gualcondo le tuvo, por primera vez, rabia a su pelada. Y se dejó el sombrero. Prefirió pasar por chúcaro a que ella notara que no tenía pelo. Y para peor, palabra va, palabra viene, ella le dijo: —A mí siempre me gustaron loj'hombre castanio claro, tirando a alazane.
Gualcondo se dio maña para contentarla. Compró un tarro de pintura marrón medio clareta y se pintó la cabeza, dejándose un filete blanco en la mitad, de atrás para adelante, que parecía la raya al medio. Y unos rulos a los costados.
Nadie se dio cuenta de que el pelo de Gualcondo era pintado.
Se hizo tan baqueano con el tiempo que aprendió hasta a mover el cuero de la cabeza para que, cuando había viento, los demás creyeran que se despeinaba.
—¿Y a ujtede de qué les vale tener pelo si cuando les crece se lo van a hacer cortar?
Pero, una ocasión, Gualcondo entró en amores con Arminda Orcajo: buena moza, querendona y más movediza que cojinillo con horas de galope.
En el pago la llamaban "La Degollada", porque nunca había tenido cabeza. Cuando se le arrimó a Arminda en un baile, Gualcondo le tuvo, por primera vez, rabia a su pelada. Y se dejó el sombrero. Prefirió pasar por chúcaro a que ella notara que no tenía pelo. Y para peor, palabra va, palabra viene, ella le dijo: —A mí siempre me gustaron loj'hombre castanio claro, tirando a alazane.
Gualcondo se dio maña para contentarla. Compró un tarro de pintura marrón medio clareta y se pintó la cabeza, dejándose un filete blanco en la mitad, de atrás para adelante, que parecía la raya al medio. Y unos rulos a los costados.
Nadie se dio cuenta de que el pelo de Gualcondo era pintado.
Se hizo tan baqueano con el tiempo que aprendió hasta a mover el cuero de la cabeza para que, cuando había viento, los demás creyeran que se despeinaba.
De Los Cuentos del Viejo Varela de Wimpi
1 comentario:
Jajjaj! Si nosotros lo creemos fervientemente, el resto también lo hará.
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