miércoles, 11 de marzo de 2015

El Médico (fragmento)

   Ya en su más tierna juventud, Sun Sí Mo había alcanzado el dominio de todas las ciencias. Vivió durante muchos años apartado en las montañas. Pero cuando el emperador Tai Dsung, de la dinastía Tang, le hizo llamar, volvió. El emperador quería darle un puesto en el gobierno, pero él lo rechazó y ayudaba a los hombres trabajando como médico. Llevaba un anillo de hierro hueco en el que hacía rodar una esfera. La sacudía e iba por los pueblos y ciudades. Cuando venía a verle un enfermo lo curaba en el sitio, incluso aunque estuviera enfermo desde hacía muchos años. Sabía punzar, quemar y sajar, y anulaba los venenos más potentes.
   En una ocasión, llegó a los pies de la montaña del sur. Allí había un tigre monstruoso en medio del camino, que agarrándole del borde de la túnica con sus dientes, movía la cola y parecía querer decir algo.
   «¿Qué te ocurre? —le preguntó el médico—. ¡Enséñamelo!» El tigre abrió sus fauces. Tenía un hueso de ternera en el paladar. Le había producido una herida fea, de modo que no podía tragar. El médico le cerró con su aro de hierro la faringe y con un bisturí bien afilado cortó el hueso y se lo sacó. Luego le puso un emplasto de hierbas en la herida y enseguida estuvo bien. El tigre dio una voltereta de alegría y se marchó.
   En otra ocasión encontró a un anciano que padecía de dolores de vientre. El médico le dio una píldora y le curó la enfermedad. El anciano se inclinó agradecido; luego se convirtió en un dragón y desapareció en el aire. Desde entonces al médico le siguen un dragón y un tigre escondidos.

[...]

   Otra vez llegó a una aldea. Detrás del pueblo había un hombre en la calle que había sido mordido mortalmente por un lobo. Tenía el vientre abierto y los intestinos fuera. Un perro de la aldea se acercó a saltos a comer los restos. El médico mató al perro, le sacó el corazón y el hígado y se los trasplantó al hombre. Luego le hizo una sutura y le dio una pomada. Poco después el hombre volvió en sí.
   Se levantó, miró a su alrededor y le preguntó al médico: «Me sentía cansado y me he echado a dormir un poco aquí. Tenía una bolsa. ¿Por qué me la has robado?».
   El médico le respondió. «Tú no reconoces al que es bueno contigo. Un lobo te había medio comido y te he salvado la vida. ¡Y me tratas de ladrón!»
   Pero el otro no quiso oír nada y le llevó ante el juez. El juez reconoció al médico por su sabiduría y supo por él lo que había ocurrido. Le devolvió su libertad. Pero el otro hombre no estaba contento y armó un gran jaleo. Los esbirros no podían con él. Entonces el médico le roció con una poción mágica y cayó inmediatamente muerto al suelo. Examinaron su cuerpo, vieron que estaba cosido y cuando el juez lo estudió, efectivamente estaban allí el corazón y el vientre del perro. El médico dijo sollozando: «Sólo siento haber matado al perro y tener que cargar con una culpa más».

[...]

De Cuentos Chinos, recopilados por Richard Wilhelm.

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