miércoles, 26 de diciembre de 2012

Versión 2.0


Para una lectura más cómoda, cliqueen en cada página.






Esto pertenece al volumen 7 de Sandman, titulado Convergencias. Les recomiendo con todo mi amor que lean este cómic, ya sea en papel o en monitor, es algo único y eterno, como sus protagonistas.

domingo, 23 de diciembre de 2012

lunes, 17 de diciembre de 2012

Alguna Melodía II


sábado, 15 de diciembre de 2012

Alguna melodía

¡Ah, una melodía, la que fuere,
Que me arranque por fin del alma
Esta incerteza que quiere
Una imposible calma!

Alguna melodía, cualquiera - guitarra,
Viola, lo que sea...
Un canto que se desgarra...
Un sueño en que no me vea...

¡Todo menos la vida!
Jota, fado, confusión
De la última fiesta vivida...
¡Que no sienta mi corazón!

                            Fernando Pessoa

lunes, 10 de diciembre de 2012

domingo, 9 de diciembre de 2012

Bleh



sábado, 1 de diciembre de 2012

Oh No, Yoko!




El pintor español Salvador Dalí (1904-1989) vendió por 10.000 dólares un falso pelo de su bigote a la japonesa Yoko Ono, la viuda de John Lennon, afirma la ex cantante Amanda Lear, amante del artista en esa época en una entrevista a la revista VSD difundida el jueves.
Dalí nunca pudo resistir la atracción del dinero, afirmó Amanda Lear.

"Incluso un día vendió un pelo de su bigote a Yoko Ono. En fin casi...", contó Lear.

Dalí pensaba que Yoko Ono "era una bruja y temía que lo hechizara. Me mandó al jardín a buscar una hierba seca y la colocó en un lindo cofre", explicó Lear.

"La idiota pagó 10.000 dólares. A Dalí le gustaba estafar a la gente", dice Lear que se convirtió en la amante del pintor en 1965, cuando él tenía 61 años y ella 18.

"Era mi profesor de arte, mi padre, mi amante", dice Lear cuando evoca a Dalí.






martes, 27 de noviembre de 2012

The Reading Dead


jueves, 22 de noviembre de 2012

Laberinto

     La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una  empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o trivial. Se trata de una condición extraña, pero inexorable, escrita en nuestra existencia. Por un lado, vivir es algo que cada cual hace por si y para si. Por otro lado, si esa vida mía, que sólo a mí me importa, no es entregada por mí a algo, caminará desvencijada, sin tensión y sin «forma». Estos años asistimos al gigantesco espectáculo de innumerables vidas humanas que marchan perdidas en el laberinto de sí mismas por no tener a qué entregarse. Todos los imperativos, todas las órdenes, han quedado en suspenso. Parece que la situación debía ser ideal, pues cada vida queda en absoluta franquía para hacer lo que le venga en gana, para vacar a sí misma. Lo mismo cada pueblo. Europa ha aflojado su presión sobre el mundo. Pero el resultado ha sido contrario a lo que podía esperarse. Librada a sí misma, cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsas ocupaciones, que nada íntimo, sincere, impone. Hoy es una cosa; mañana, otra, opuesta a la primera. Está perdida al encontrarse sola consigo. El egoísmo es laberíntico. Se comprende. Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de puro no ser más que caminar por dentro de sí. 

José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas

lunes, 19 de noviembre de 2012

The Girl And The Ghost


jueves, 15 de noviembre de 2012

Verdad Actimel Nº 183



lunes, 5 de noviembre de 2012

Compañeras de Adán (WTF Dios)

     a. Habiendo decidido dar a Adán una compañera para que no fuese el único de su género, Dios le infundió un sueño profundo, le quitó una de sus costillas, hizo con ella una mujer y cerró la herida, Adán despertó y dijo: "Ésta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne". Y el  nombre que le dio fue Eva, "la madre de todos los vivientes".
     b. Algunos dicen que Dios creó al hombre y la mujer a Su propia imagen en el Sexto Día, dándoles el dominio del mundo, pero que Eva no existía todavía. Ahora bien, Dios hizo que Adán diese nombres a todos los animales, aves y otros seres vivientes. Cuando desfilaron ante él en parejas, Adán —que era ya como un hombre de veinte años— se sintió celoso de sus amores, y aunque trató de acoplarse con cada
hembra por turno, no encontró satisfacción en el acto. Por consiguiente exclamó:  "¡Todas las criaturas menos yo tienen la compañera adecuada!" y rogó a Dios que remediara esa injusticia.
     c. Entonces Dios creó a Lilít, la primera mujer, como había creado a Adán, salvo que utilizó inmundicia y sedimento en vez de polvo puro. De la unión de Adán con esta demonia y con otra como ella llamada Naamá, hermana de Tubal-Caín, nacieron, Asmodeo e innumerables demonios que todavía infestan a la humanidad-Muchas generaciones después Lilit y Naamá se presentaron ante el tribunal de Salomón disfrazadas como rameras de Jerusalén.
     d. Adán y Lilit nunca encontraron la paz juntos, pues cuando él quería acostarse con ella, Lilit consideraba ofensiva la postura recostada que él exigía. "¿Por qué he de acostarme debajo de ti? —preguntaba— Yo también fui hecha con polvo, y por consiguiente soy tu igual." Como Adán trató de obligarla a obedecer por la fuerza, Lilit, airada, pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó. Adán se quejó a Dios: "Me ha abandonado mi compañera". Inmediatamente Dios envió a los ángeles Senoy, Sansenoy y Semangelof para que llevaran a Lilit de vuelta. La encontraron junto al Mar Rojo, región que abundaba en demonios lascivos, con los cuales dio a luz lilim a razón de más de cien por día. "¡Vuelve a Adán sin demora —le dijeron los ángeles— o si no te ahogaremos!" Lilit preguntó: "¿Cómo puedo volver a Adán y vivir como una ama de casa honesta después de mi estada junto al Mar Rojo?" "¡Morirás si te niegas!", replicaron ellos. "¿Cómo puedo morir —volvió a preguntar Lilit— cuando Dios me ha ordenado que me haga cargo de todos los niños recién nacidos; de los niños hasta el octavo día de vida, el de la circuncisión, y de las niñas hasta el vigésimo día? No obstante, si alguna vez veo vuestros tres nombres o vuestra semejanza exhibidos en un amuleto sobre un niño recién nacido, prometo perdonarlo." Los ángeles accedieron, pero Dios castigó a Lilit haciendo que un centenar de sus hijos demonios pereciesen a diario "; y si ella no podía matar a un infante humano a causa del amuleto angélico, se volvía con rencor contra los suyos.
     e. Algunos dicen que Lilit gobernó como reina en Zmargad, y también en Saba; y fue la demonia que mató a los hijos de Job. Sin embargo, evitó la maldición de muerte que recayó sobre Adán porque se habían separado mucho antes de la Caída. Lilit y Naamá no sólo estrangulan a los infantes, sino que también seducen a los hombres que sueñan, cualquiera de los cuales, si duerme solo, puede ser su víctima.
     f. Sin desanimarse por no haber dado a Adán una compañera satisfactoria, Dios probó de nuevo y le dejó que observara mientras Él creaba una anatomía femenina utilizando huesos, tejidos, músculos, sangre y secreciones glandulares, y luego cubriéndolo todo con piel y añadiendo mechones de cabello en algunos
lugares. La vista de eso causó a Adán tal desagrado que inclusive cuando esa mujer, la primera Eva, se mostró en toda su belleza sintió una repugnancia invencible. Dios supo que había fracasado una vez más y expulsó a la primera Eva. Adonde fue ella nadie lo sabe con seguridad.
     g. Dios probó por tercera vez y actuó con más cautela. Tomó una costilla de Adán mientras éste dormía y formó con ella una mujer; luego le trenzó el cabello y la adornó, como una novia, con veinticuatro joyas, antes de despertar a Adán, quien quedó embelesado.
     h. Algunos dicen que Dios creó a Eva, no con una costilla de Adán, sino con una cola que terminaba en púa y que formaba parte de su cuerpo. Dios la cortó y el muñón —ahora el coxis inútil— siguen llevándolo los descendientes de Adán.
     i. Otros dicen que la idea original de Dios era crear dos seres humanos, varón y hembra, pero en cambio ideó uno solo con un rostro masculino que miraba hacia adelante y otro femenino que miraba hacia atrás. Otra vez cambió de opinión, quitó a Adán el rostro que miraba hacia atrás e hizo para él un cuerpo de mujer.
     j. Otros más sostienen que Adán fue creado originalmente como un andrógino de un cuerpo masculino y otro femenino unidos por la espalda. Como esta postura hacía difíciles los movimientos y embarazosa la conversación, Dios dividió al andrógino y dio a cada mitad una nueva parte trasera. A esos seres separados los puso en Edén, prohibiéndoles que se unieran.


De Los Mitos Hebreos, de Robert Graves y Raphael Patai

viernes, 2 de noviembre de 2012

Ultimo Momento

Hace instantes nació el segundo hijo de Lionel Messi 

martes, 30 de octubre de 2012

El Andamio

                      El tiempo que he soñado
                      ¡Cuántos años fue de vida!
                      ¡Ah, cuánto de mi pasado
                      Fue sólo vida mentida
                      De un futuro imaginado!

                      Aquí, a orillas del río,
                      Me sereno sin razón
                      Al ver su paso vacío
                      Que encarna, anónimo y frío,
                      La vida sin ton ni son.

                      ¡La esperanza poco alcanza!
                      ¿Qué afán vale mi desvelo?
                      El globo que un niño lanza
                      Sube más que mi esperanza,
                      Rueda más que mis anhelos.

                      Olas del río, tan leves
                      Que ni siquiera son olas,
                      Horas, días, años, breves
                      Pasan - verdores y nieves
                      Que un mismo sol se devora.

                      Gasté lo que no tenía
                      Envejecí más que yo.
                      La fe que me sostenía
                      Y de reina se vestía,
                      Fue ilusión y se acabó.

                      Leve son de aguas ociosas
                      En pos de la margen perdida,
                      ¡Qué memorias perezosas
                      De esperanzas neblinosas!
                      ¡Qué sueño el sueño y la vida!

                      ¿Qué hice de mí? Me encontré
                      Cuando ya estaba perdido.
                      Impaciente me dejé
                      Como a un loco que aún cree
                      En lo que le fue desmentido.

                      Son extinto de aguas mansas
                      Que van porque tienen que ir,
                      Llévate mis añoranzas
                      Y las muertas esperanzas-
                      Muertas, pues todo debe morir.

                      Yo soy el muerto futuro.
                      Sólo un sueño me une a mí:
                      El sueño atrasado y oscuro
                      De lo que yo debí ser: un muro
                      De mi desierto jardín.

                      ¡Olas, pasadas, llevadme al partir
                      Hacia el olvido del mar!
                      A lo que no seré, quiero ir
                      Pues no supe concluir
                      La casa por habitar.

                                                                  Fernando Pessoa

lunes, 22 de octubre de 2012

Lluvia

    Entretanto, los nubarrones amontonados en el horizonte habían recubierto el cielo y, cuando el arreo en marcha volvía a la angostura del callejón, las primeras gotas sonaron de un modo opaco y precipitado.
     Como a pesar de la hora temprana sintiéramos calor, fue más bien un goce aquel tamborineo fresco. Algunos empezaron a acomodar sus ponchos; yo esperé.
     Mirando al cielo colegimos que aquello era preludio de algo más serio.
     La tierra se había puesto a despedir perfumes intensamente. El pasto y los cardos esperaban con pasión segura. El campo entero escuchaba.
     Pronto, un nuevo crepitar de gotas alzó al ras del callejón una sutil polvareda. Parecía que nuestro camino se hubiese iluminado de un tenue resplandor.
     Esa vez me acomodé el «calamaco» preparándome a resistir el chubasco.
     La lluvia se precipitó interceptándonos el horizonte, los campos y hasta las cosas más cercanas. Los troperos se distribuyeron a lo largo de la novillada para cerrar demás cerca la marcha.
     -¡Agua! -gritó Valerio entreverándose a pechadas entre los brutos.
     Por mi parte me entretuve en sentir sobre mi cuerpo el cerrado martilleo de las gotas, preguntándome si el poncho me defendería de ellas. Mi chambergo sonaba hueco y pronto de sus bordes empezaron a formarse goteras. Para que estas no me cayeran en el pescuezo, requinté sobre la frente el ala, bajándola de atrás a fin de que el chorrito se escurriese por la espalda.
     La primer reacción ante la lluvia, según más tarde pudo argumentar mi experiencia, es reír aunque muchas veces nada bueno traiga consigo la perspectiva de una mojadura. Riendo pues, aguanté aquel primer ataque. Pero tuve muy pronto que dejar de pensar en mí, porque la tropa, disgustada por aquel aguacero que los cegaba de frente, quería darle el anca y se hacía rebelde a la marcha.
     Como los demás, tuve que meterme entre ellos distribuyendo sopapos y rebencazos. A cada grito llenábaseme la boca de agua, obligándome esto a escupir sin descanso. Con los movimientos me di cuenta de que mi ponchito era corto, lo cual me proporcionó el primer disgusto.
     A la medía hora, tenía las rodillas empapadas y las botas como aljibe.
     Empecé a sentir frío, aunque luchara aún ventajosamente con él. El pañuelo que llevaba al cuello ya no hacía de esponja y, tanto por el pecho como por el espinazo, sentí que me corrían dos huellitas de frío.
     Así, pronto estuve hecho sopa.
     El viento que traíamos de cara arreció, haciendo más duro el castigo, y a pesar de que a su impulso el aire se volviese más despejado, no fue tanto el alivio como para que no deseáramos un próximo fin.
     Acobardado miré a mis compañeros, pensando encontrar en ellos un eco de mis tribulaciones. ¿Sufrirían? En sus rostros indiferentes el agua resbalaba como sobre el ñandubay de los postes, y no parecían más heridos que el campo mismo.
     El callejón, que había sido una nota clara con relación a los prados, estaba lóbrego. Por delante de la tropa, la huella rebrillaba acerada; atrás todo iba quedando trillado por dos mil patas, cuyas pisadas sonaban en el barrial como masticación de rumiante. Los vasos de mi petizo resbalaban dando mayor molicie a su tranco. Por trechos la tierra dura parecía tan barnizada, que reflejaba el cielo como un arroyo.
     Dos horas pasé, así, mirando en torno mío el campo hostil y bruñido.
     Las ropas, pegadas al cuerpo, eran como fiebre en período álgido sobre mi pecho, mi vientre, mis muslos. Tiritaba continuamente, sacudido por violentos tirones musculares, y me decía que si fuera mujer lloraría desconsoladamente.
     De pronto, una abertura se hizo en el cielo. La lluvia se desmenuzó en un sutil polvillo de agua y, como cediendo a mi angustioso deseo, un rayo de sol cayó sobre el campo, corrió quebrándose en los montes, perdiéndose en las hondonadas, encaramándose en las lomas.
     Aquello fue el primer anuncio de mejora que, al cabo de una breve duda, vino a caer en benéfico derroche solar.
     Los postes, los alambrados, los cardos, lloraron de alegría. El cielo se hizo inmenso y la luz se calcó fuertemente sobre el llano.
     Los novillos parecían haber vestido ropas nuevas, como nuestros caballos, y nosotros mismos habíamos perdido las arrugas, creadas por el calor y la fatiga, para ostentar una piel tirante y lustrada.
     El sol pronto creó un vaho de evaporación sobre nuestras ropas. Me saqué el poncho, abrí mi blusa y mi camiseta, me eché en la nuca el chambergo.
     La tropa olfateando el campo se hizo más difícil de cuidar. Iniciamos algunas corridas arriesgando la costalada.
     Una vida poderosa vibraba en todo y me sentí nuevo, fresco, capaz de sobrellevar todas las penurias que me impusiera la suerte. Entretanto, la vitalidad sobrante quedó agazapada en nuestros cuerpos, pues de ella tendríamos necesidad para sobrellevar los próximos inconvenientes, y sin desparramarnos en inútiles  bullangas, volvimos a caer en nuestro ritmo contenido y voluntarioso:
      Caminar, caminar, caminar.

De Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, Capitulo IX (Fragmento)




viernes, 19 de octubre de 2012

Forever Kim Pine


domingo, 14 de octubre de 2012

Pero Yo Lo Quiero Ya!!!!


miércoles, 10 de octubre de 2012

En tu Cara, Bono


























Mención especial: los cuatro fantásticos


lunes, 8 de octubre de 2012

viernes, 5 de octubre de 2012

Cuarenta Veces Diez

     Llegando a la entrada cuatrocientos podemos afirmar sin rastro de duda que lo más acertado de este blog es el nombre.
     Estúpida necesidad de la humanidad de buscarle sentido (y utilidad) a todo...

domingo, 30 de septiembre de 2012

Picture This


viernes, 28 de septiembre de 2012

Extreme Makeover Home Edition Latin America

Ganador del Chingolo de Oro en la categoría Programa de TV con el nombre más largo.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

ChocoLOL



viernes, 21 de septiembre de 2012

Verdad Actimel Nº 616


     Cuando el detergente superconcentrado (de cualquier marca) empieza a venir cada vez más diluido es clara señal de la pronta aparición de uno nuevo "más eficiente y rendidor".
     Y más caro, por supuesto.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

oh, yes

there are worse things than
being alone
but it often takes decades
to realize this
and most often
when you do
it’s too late
and there’s nothing worse
than
too late.


                                Charles Bukowski

sábado, 15 de septiembre de 2012

Tesnología de Punta


miércoles, 12 de septiembre de 2012

31 de Octubre de 1975

     A veces me parece que nos miramos desde las ventanillas de dos trenes que están en una estación, muy cerca uno del otro, pero que van a correr por diferentes vías. Sin esperanzas.

Adolfo Bioy Casares, Descanso de Caminantes.

martes, 11 de septiembre de 2012

Feliz Día, ¿Capisci?


jueves, 6 de septiembre de 2012

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Verdad Actimel Nº 223


lunes, 3 de septiembre de 2012

Rayuela, 23

Las opiniones eran que el viejo se había resbalado, que el auto había «quemado» la luz roja, que el viejo había querido suicidarse, que todo estaba cada vez peor en París, que el tráfico era monstruoso, que el viejo no tenía la culpa, que el viejo tenía la culpa, que los frenos del auto no andaban bien, que el viejo era de una imprudencia temeraria, que la vida estaba cada vez más cara, que en París había demasiados extranjeros que no entendían las leyes del tráfico y les quitaban el trabajo a los franceses.
El viejo no parecía demasiado contuso. Sonreía vagamente, pasándose la mano por el bigote. Llegó una ambulancia, lo izaron a la camilla, el conductor del auto siguió agitando las manos y explicando el accidente al policía y a los curiosos.
—Vive en el treinta y dos de la rue Madame —dijo un muchacho rubio que había cambiado algunas frases con Oliveira y los demás curiosos—. Es un escritor, lo conozco. Escribe libros.
—El paragolpes le dio en las piernas, pero el auto ya estaba muy frenado.
—Le dio en el pecho —dijo el muchacho—. El viejo se resbaló en un montón de mierda.
—Le dio en las piernas —dijo Oliveira.
—Depende del punto de vista —dijo un señor enormemente bajo.
—Le dio en el pecho —dijo el muchacho—. Lo vi con estos ojos.
—En ese caso... ¿No sería bueno avisar a la familia?
—No tiene familia, es un escritor.
—Ah —dijo Oliveira.
—Tiene un gato y muchísimos libros. Una vez subí a llevarle un paquete de parte de la portera, y me hizo entrar. Había libros por todas partes. Esto le tenía que pasar, los escritores son distraídos. A mí, para que me agarre un auto...
Caían unas pocas gotas que disolvieron en un instante el corro de testigos. Subiéndose el cuello de la canadiense, Oliveira metió la nariz en el viento frío y se puso a caminar sin rumbo. Estaba seguro de que el viejo no había sufrido mayores daños, pero seguía viendo su cara casi plácida, más bien perpleja, mientras lo tendían en la camilla entre frases de aliento y cordiales «Allez, pépère, c’est rien, ça!» del camillero, un pelirrojo que debía decirle lo mismo a todo el mundo. «La incomunicación total», pensó Oliveira. «No tanto que estemos solos, ya es sabido y no hay tu tía. Estar solo es en definitiva estar solo dentro de cierto plano en el que otras soledades podrían comunicarse con nosotros si la cosa fuese posible. Pero cualquier conflicto, un accidente callejero o una declaración de guerra, provocan la brutal intersección de planos diferentes, y un hombre que quizá es una eminencia del sánscrito o de la física de los quanta, se convierte en un pépère para el camillero que lo asiste en un accidente. Edgar Poe metido en una carretilla, Verlaine en manos de medicuchos, Nerval y Artaud frente a los psiquiatras. ¿Qué podía saber de Keats el galeno italiano que lo sangraba y lo mataba de hambre? Si hombres como ellos guardan silencio como es lo más probable, los otros triunfan ciegamente, sin mala intención por supuesto, sin saber que ese operado, que ese tuberculoso, que ese herido desnudo en una cama está doblemente solo rodeado de seres que se mueven como detrás de un vidrio, desde otro tiempo...»
Metiéndose en un zaguán encendió un cigarrillo. Caía la tarde, grupos de muchachas salían de los comercios, necesitadas de reír, de hablar a gritos, de empujarse, de esponjarse en una porosidad de un cuarto de hora antes de recaer en el biftec y la revista semanal. Oliveira siguió andando. Sin necesidad de dramatizar, la más modesta objetividad era una apertura al absurdo de París, de la vida gregaria. Puesto que había pensado en los poetas era fácil acordarse de todos los que habían denunciado la soledad del hombre junto al hombre, la irrisoria comedia de los saludos, el «perdón» al cruzarse en la escalera, el asiento que se cede a las señoras en el metro, la confraternidad en la política y los deportes. Sólo un optimismo biológico y sexual podía disimularle a algunos su insularidad, mal que le pesara a John Donne. Los contactos en la acción y la raza y el oficio y la cama y la cancha, eran contactos de ramas y hojas que se entrecruzan y acarician de árbol a árbol, mientras los troncos alzan desdeñosos sus paralelas inconciliables. « En el fondo podríamos ser como en la superficie», pensó Oliveira, «pero habría que vivir de otra manera. ¿Y qué quiere decir vivir de otra manera? Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo, tirarse en sí mismo con una tal violencia que el salto acabara en los brazos de otro. Sí, quizá el amor, pero la otherness nos dura lo que dura una mujer, y además solamente en lo que toca a esa mujer. En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness. Cierto que ya es algo»... Amor, ceremonia ontologizante, dadora de ser. Y por eso se le ocurría ahora lo que a lo mejor debería habérsele ocurrido al principio: sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos. Pero gentes como él y tantos otros, que se aceptaban a sí mismos (o que se rechazaban pero conociéndose de cerca) entraban en la peor paradoja, la de estar quizá al borde de la otredad y no poder franquearlo. La verdadera otredad hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podía cumplirse desde un solo término, a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro.

Julio Cortázar

miércoles, 29 de agosto de 2012

Hipnosis


domingo, 26 de agosto de 2012

Venia Siendo Hora


jueves, 16 de agosto de 2012

New Item Found: Mistral Charm Jacket


+10 Charisma
+10 Speech
-50 English

lunes, 13 de agosto de 2012

El Arpa de Hierba, 6 (Truman Capote)

- Sería mejor que esto fuera un sueño, Verena. Porque una persona que no sueña es como una que no suda: conserva en sí una gran cantidad de veneno.

domingo, 5 de agosto de 2012

Sobre ver a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril


     Una bella mañana de abril, en una estrecha callecita del coqueto barrio Harajuku, en Tokio, me cruce con la chica 100% perfecta.
     Te digo la verdad, no es tan atractiva. No sobresale en ninguna forma. Sus ropas no son nada especial. Su pelo todavía está desarreglado por el dormir. Ni siquiera es joven – debe andar por los treinta, ni por cerca una “chica” hablando apropiadamente. Al momento de verla, mi pecho se estremece, y mi boca se pone tan seca como un desierto.
     Tal vez vos tengas tu propio tipo preferido de chica – una con finos tobillos, digamos, o grandes ojos, o gráciles dedos, o te atraen sin una buena razón chicas que se toman su tiempo con cada comida. Por supuesto, yo tengo mis propias preferencias. A veces en un restaurante me encuentro mirando a la chica de la mesa de al lado porque me gusta la forma de su nariz.
     Pero nadie puede insistir en que su chica 100% perfecta corresponda a algún tipo preconcebido. Por mucho que me gusten las narices no puedo recordar la forma de la suya- o ni siquiera si tenía una. Lo que recuerdo con seguridad es que ella no era una gran belleza. Es raro.

     - Ayer me crucé por la calle con la chica 100% perfecta- le dije a alguien.
     - ¿Si?-dice-¿Era linda?
     - En realidad, no.
     - Entonces, ¿era de tu tipo favorito?
     - No sé. No alcanzo a recordar nada sobre ella, ni la forma de sus ojos, o el tamaño de su pecho.
     - Qué raro
     -Sí. Raro
     - Así que… - me dice, aburrido - ¿Entonces, qué hiciste? ¿le hablaste? ¿la seguiste?
     - No. Nomas me la crucé.

     Ella va de este a oeste, yo de oeste a este. Es una mañana de abril bien bonita.
     Ojala pudiera hablarle. Con media hora sobraría: preguntarle sobre ella, contarle sobre mí y – lo que en realidad quiero hacer – explicarle la complejidad del destino, que nos llevó a cruzarnos en una callecita en Harajuku una bella mañana de abril de 1981. Esto es algo que seguro está lleno de cálidos secretos, como un reloj antiguo construido cuando la paz llenaba el mundo.
     Después de hablar iríamos a comer a algún lado, por ahí veríamos una película de Woody Allen, pararíamos en un bar de hotel por unos cócteles. Con alguna suerte terminaríamos en la cama.
     La potencialidad golpea a las puertas de mi corazón.
     Ahora la distancia entre nosotros se redujo a 15 yardas.
     ¿Cómo la abordo? ¿Qué debería decir?
     - Buenos días señorita. ¿Cree que podría perder media hora en una pequeña charla?
     Ridículo. Sonaría como un vendedor de seguros.
     - Perdóneme, ¿sabría usted si en este barrio hay alguna lavandería que abra todo el día?
     No, esto es igual de ridículo. Para empezar, no llevo ropa sucia ¿Quién me creería tal pregunta?
     Por ahí la simple verdad funcionaria: “Buenos días. Sos la chica 100% perfecta para mí.”
     No, ella no lo creería. O si lo hiciera podría no querer hablarme. “Perdón”, me podría decir, “yo podré ser la chica 100% perfecta para vos, pero vos no sos el chico 100% para mí”. Podría pasar. Y si me encontrara en esa situación probablemente me desmoronaría. Nunca me recobraría del golpe. Tengo treinta y dos años, y de eso es de lo que se trata el  hacerse viejo.
     Nos cruzamos frente a una florería. Una mínima masa de aire caliente toca mi piel. El asfalto está húmedo, y percibo el aroma de las rosas. No logro dirigirle la palabra. Ella viste un sweater blanco, y en su mano derecha tiene un sobre al que solo le falta una estampilla. O sea: le escribió una carta a alguien, tal vez se pasó toda la noche escribiéndola, a juzgar por el somnoliento estado de sus ojos. El sobre podría contener cualquier secreto que ella posea.
     Camino unos pasos más y me doy vuelta: se perdió en la multitud.
     Ahora, por supuesto, se exactamente que le tendría que haber dicho. Habría sido un largo discurso, aunque demasiado largo para que lo diga correctamente. Mis ideas nunca son muy prácticas.
     Uf, bien. Habría empezado con “había una vez” y terminado en “una historia triste, ¿no te parece?”

     Había una vez un chico y una chica. Él tenía dieciocho años, ella dieciséis. Él no era inusualmente apuesto, y ella no era especialmente linda. Ellos eran solo un simple chico solitario y una simple chica solitaria, como todos los demás. Pero creían con todo su corazón que en algún lugar del mundo vivían el chico y la chica 100% perfectos para ellos. Sí, ellos creían en un milagro, y ese milagro realmente ocurrió.
     Un día los dos se encontraron en una esquina.
     - Es sorprendente. – Dijo él – Te estuve buscando toda mi vida. Por ahí no me creas, pero sos mi chica 100% perfecta.
     - Y vos – dijo ella – sos el chico 100% perfecto para mí, exacto a cómo te imaginé, en cada detalle. Esto parece un sueño.
     Se sentaron en un banco de plaza, tomados de la mano, y se contaron sus vidas, hora tras hora. Ya no estaban solos. Se habían encontrado con su otro 100% perfecto. Qué cosa maravillosa es encontrarse – y ser encontrado- por tu otro 100% perfecto. Es un milagro, un milagro cósmico.
     Sin embargo mientras estaban sentados hablando un chiquito, chiquito atisbo de duda arraigo en sus corazones: ¿estaba bien que sus sueños se hicieran realidad tan fácilmente?
     Entonces cuando llegaron a una pausa en su conversación el chico dijo: - Hagamos una prueba, solo una vez. Si en verdad somos el amor 100% perfecto el uno para el otro, entonces en algún lugar, algún día, sin duda nos encontraremos otra vez. Y cuando eso pase, y sabemos que somos nuestro 100% perfecto otro, nos casaremos al instante. ¿Qué opinás?
     - Sí –dijo ella- eso es exactamente lo que debemos hacer.
     Y así se separaron. Ella se fue hacia el este, él hacia el oeste.
     La prueba que se impusieron, sin embargo, era en extremo innecesaria. No la tendrían que haber aceptado, ya que ellos verdaderamente eran el amor 100% perfecto el uno para el otro. Y ya era un milagro el que se hubiesen encontrado una vez. Pero era imposible que ellos supieran esto siendo tan jóvenes. Las frías y despiadadas olas del destino los alejaron despiadadamente.
     Un invierno, ambos, el chico y la chica, se contagiaron de la terrible gripe de la estación y tras semanas de debatirse entre la vida y la muerte perdieron todos sus recuerdos de los años pasados. Cuando despertaron sus cabezas estaban tan vacías como la alcancía del joven D. H. Lawrence.
     Sin embargo ellos eran dos jóvenes brillantes y con determinación, y mediante sus incesantes esfuerzos fueron capaces de recobrar el conocimiento y los sentimientos que los califican para regresar como miembros plenos de la sociedad. Gracias a Dios ellos se volvieron ciudadanos verdaderamente notables, que sabían cómo hacer un transbordo en la estación de subte, que eran plenamente capaces de mandar una carta de envío especial en la oficina del correo. Incluso experimentaron el amor de nuevo, a veces llegaron a amar al 75% y hasta al 85%.
     El tiempo pasó con rapidez pasmosa y pronto el chico tuvo treinta y dos años y la chica treinta.
     Una bella mañana de abril, en busca de una taza de café para empezar el día, el chico caminaba de oeste a este; mientras la chica, con intención de enviar una carta, iba caminando hacia el oeste, ambos por la misma callecita estrecha del barrio Harajuku de Tokio. Se cruzaron en la mitad exacta de la cuadra. El borroso destello de sus recuerdos perdidos centelleo débilmente un breve instante en sus corazones. Ambos sintieron estremecerse su pecho. Y supieron:
     Ella es la chica 100% perfecta para mí.
     Él es el chico 100% perfecto para mí
     Pero el destello de sus recuerdos fue demasiado débil y sus pensamientos no tenían la claridad de hace catorce años. Sin decir palabra se cruzaron, desapareciendo entre la multitud. Para siempre.
     Una historia triste, ¿no te parece?

     Sí, eso es, eso es lo que le tendría que haber dicho.


Haruki Murakami

sábado, 4 de agosto de 2012

Desierto

     Yo apenas lo escuchaba. Al irse me dio unos golpecitos en el hombro.
     —Los años cambian a la gente de manera muy distinta. No sé qué pasó entre ella y tú. Pero, fuera lo que fuese, no es culpa tuya. En mayor o menor medida, todos tenemos experiencias parecidas. También yo. No te estoy mintiendo. También pasé por algo similar. Pero no hay nada que hacer. La vida de alguien es, al fin y al cabo, su vida. Tú no puedes responsabilizarte de la vida de los demás. Este mundo es como el desierto y todos tenemos que hacernos a la idea. ¿Viste en primaria aquella película de Walt Disney titulada The Living Desert?
     —Sí.
     —Pues es lo mismo. Este mundo es igual. Si llueve, las plantas florecen; si no llueve, se secan. Los insectos son devorados por las lagartijas; y las lagartijas, por los pájaros. Pero, en definitiva, todos acaban muriendo. Y, después de muertos, se secan. Cuando una generación muere, la sucede la siguiente. Es así. Hay muchas  maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir. Pero eso no tiene ninguna importancia. Al final, sólo queda el desierto. El desierto es lo único que vive de verdad.

jueves, 19 de julio de 2012

El Amor

     —En varios poemas y cuentos suyos, Borges, en particular en "El Aleph", el amor es el motivo, o el factor dinámico, digamos, del cuento. Uno advierte que el amor por la mujer ocupa buen espacio en su obra. 
     —Sí, pero en el caso de ese cuento no, en ese cuento iba a ocurrir algo increíble: el Aleph, y entonces quedaba la posibilidad de que se tratara de una alucinación —por eso convenía que el espectador del Aleph estuviera conmovi­do—, y qué mejor motivo que la muerte de una mujer a quien él había querido, que no había correspondido a ese amor. Además, cuando yo escribí ese cuento, acababa de morir la que se llama en el cuento Beatriz Viterbo.
     —Concretamente. 
     —Sí, concretamente, de modo que eso me sirvió para el cuento; ya que yo estaba sintiendo esa emoción, y ella... nunca me hizo caso. Yo estaba, bueno, digamos enamorado de ella, y eso fue útil para el cuento. Parece que si uno cuenta algo increíble tiene que haber un estado de emoción previa. Es decir, el espectador del Aleph no puede ser una persona casual, no puede ser un espectador casual; tiene que ser alguien que está emocionado. Entonces, aceptamos esa emoción, y aceptamos luego lo maravilloso del Aleph. De modo que yo lo hice por eso. Y además, recuerdo lo que decía Wells; decía Wells que si hay un hecho fantástico, conviene que sea el único hecho fantástico de la historia, porque la imaginación del lector —sobre todo ahora— no acepta muchos hechos fantásticos a un tiempo. Por ejem­plo, él tiene ese libro: La guerra de los mundos, que trata de una invasión de marcianos. Esto lo escribió a fines del siglo pasado, y luego tiene otro libro escrito por aquella fecha: El hombre invisible. Ahora, en esos libros todas las circunstan­cias, salvo ese hecho capital de una invasión de seres de otro planeta—algo en lo que nadie había pensado entonces, y ahora lo vemos como posible— y un hombre invisible; todo eso está rodeado de circunstancias baladíes y triviales para ayudar la imaginación del lector, ya que el lector tiende a ser incrédulo ahora. Pero a pesar de haberla inventado, Wells hubiera descartado —viéndola como de difícil ejecu­ción— una invasión de este planeta por marcianos invisi­bles, porque eso ya es exigir demasiado; que es el error de la ficción científica actualmente, que acumula prodigios y no creemos en ninguno de ellos. Entonces, yo pensé: en este cuento todo tiene que ser... trivial; elegí una de las calles más grises de Buenos Aires: la calle Garay, puse un persona­je ridículo: Carlos Argentino Daneri, empecé con la circuns­tancia de la muerte de una muchacha, y luego tuve ese hecho central que es el Aleph, que es lo que queda en la memoria. Uno cree en ese hecho porque antes le han conta­do una serie de cosas posibles, y una prueba de ello es que cuando yo estuve en Madrid, alguien me preguntó si yo había visto el Aleph. En ese momento yo me quedé atónito; mi interlocutor —que no sería una persona muy sutil— me dijo: pero cómo, si usted nos da la calle y el número. Bueno, dije yo, ¿qué cosa más fácil que nombrar una calle e indicar un número? (ríe). Entonces me miró, y me dijo: "Ah, de modo que usted no lo ha visto". Me despreció inmediatamente; se dio cuenta de que, bueno, de que yo era un embustero, que era un mero literato, que no había que tomar en cuenta lo que yo decía (ríen ambos).
     —De que usted inventaba.
     —Sí, bueno, y días pasados me ocurrió algo parecido: alguien me preguntó si yo tenía el séptimo volumen de la enciclopedia de Tlón, Uqbar, Orbis Tertius. Entonces, yo debí decirle que sí, o que lo había prestado; pero cometí el error de decirle que no. Ah, dijo, "entonces todo eso es mentira". Bueno, mentira, le dije yo; usted podría usar una palabra más cortés, podría decir ficción.
     —Si seguimos así, la imaginación y la fantasía van a ser proscriptas en cualquier momento.
     —Es cierto. Pero usted estaba diciéndome algo cuando yo lo interrumpí.
     —Le decía que esa emoción bajo la cual se escribe, en este caso la emoción que encontramos en la tradición platónica, de por sí creativa, aunque en esta época ya no se lo ve así: es decir, se ha rebajado el amor —a diferencia de aquella tradición platónica que elevaba a través del enamoramien­to— a una visión de dos sexos que se encuentran, y que son casi exclusivamente nada más que eso: dos sexos. 
     —Sí, ha sido rebajado a eso.
     —Se ha quitado la poesía de allí.  
     —Sí, bueno, se ha tratado de quitar la poesía de todas partes, la semana pasada me han preguntado en diversos ambientes... dos personas me han hecho la misma pregun­ta; la pregunta es: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?
     —Todo está visto en términos utilitarios.  
     —Sí, pero me parece que en el caso de una poesía, una persona lee una poesía, y si es digna de ella, la recibe y la agradece, y siente emoción. Y no es poco eso: sentirse conmovido por un poema no es poco, es algo que debemos agradecer. Pero parece que esas personas no, parece que habían leído en vano; bueno, si es que habían leído, cosa que no sé tampoco.
     —Es que en lugar de conciencia poética de la vida se propone la conciencia sociológica, psicológica...
     —Y política.
     —Y política.
     —Sí, claro, entonces se entiende que la poesía está bien si se hace en función de una causa.
     —Utilitaria.
     —Sí, utilitaria, pero si no, no. Parece que el hecho de que exista un soneto, o de que exista una rosa son incomprensibles.
     —Incomprensibles, pero van a permanecerá pesar de esta moda desacralizadora y despoetizante, digamos.
     —Pero a pesar de eso yo creo que la poesía no corre ningún peligro, ¿no?
     —Por supuesto.
     —Sería absurdo suponer que lo corre. Bueno, otra idea muy común en esta época, es la de que el ser poeta ahora significa algo especial, porque se pregunta: ¿qué función tiene el poeta en esta sociedad y en esta época? Y... la función de siempre: la de poetizar. Eso no puede cambiar, no tiene nada que ver con circunstancias políticas o económi­cas, absolutamente nada. Pero eso no se entiende.
     —Volvemos a la cuestión el utilitarismo. 
     —Sí, se lo ve en términos de utilidad.
     —Es lo que usted me decía hace poco: todo se ve en función de su éxito o falta de éxito; de conseguir aquello que se pretende o no. 
     —Sí, parece que todo el mundo ha olvidado lo que dice un poema de Kipling, que habla del éxito y del fracaso como dos impostores.
     —Claro.
     —Dice que uno debe reconocerlos y enfrentarlos; claro, porque nadie fracasa tanto como cree y nadie tiene tanto éxito como cree. Son impostores realmente el fracaso y el éxito.
     —Cierto. Ahora, volviendo al amor; entre los poetas el amor sigue siendo una vía de acceso, o un camino. 
     —Y debe serlo, cuanto más se extienda a más personas o a más cosas mejor, desde luego. Bueno, no es necesario: basta con que creamos en una persona —esa fe nos mantie­ne, nos exalta, y puede llevarnos a la poesía también.
     —Recuerdo que Octavio Paz decía que contra las diferen­tes modas, y contra los diferentes riesgos que eso le creaba en la sociedad, el poeta siempre defendió el amor. Y creo que es real eso. Pero la otra tradición de la que nos hemos apartado, además de la platónica, es la judeo-cristiana, que propone al amor como el medio de conformación o de estructuración de la familia, y de la misma sociedad. 
     —Bueno, parece que esta época se ha apartado de todas las versiones del amor, ¿no?; parece que el amor es algo que debe ser justificado, lo cual es rarísimo, porque a nadie se le ocurre justificar el mar o una puesta de sol, o una montaña: no necesitan ser justificados. Pero el amor, que es algo mucho más íntimo que esas otras cosas, que dependen meramente de los sentidos; el amor parece que sí: necesita, curiosamente, ser justificado ahora.
     —Sí, pero yo, al referirme al amor, pensaba en la influen­cia que tuvo en su obra como inspiración, y como hilo de varios de sus cuentos y poemas. 
     —Bueno, yo creo que he estado enamorado siempre a lo largo de mi vida, desde que tengo memoria, siempre. Pero, desde luego, el pretexto o el tema (ríen ambos) no ha sido el mismo; han sido, bueno, digamos, diversas mujeres, y cada una de ellas era la única. Y es como debe ser, ¿no?
     —Claro. 
     —De modo que el hecho de que cambiaran de apariencia o de nombre no es importante, lo importante es que yo las sentía como únicas. He pensado alguna vez que quizá una persona que esté enamorada vea a la otra tal como Dios la ve, es decir, la ve del mejor modo posible. Uno está enamo­rado cuando se da cuenta de que otra persona es única. Pero, quizá para Dios todas las personas sean únicas. Y vamos a extender esta teoría, vamos a hacer una especie de "reductio ad absurdum": por qué no suponer que de igual modo que cada uno de nosotros es irrefutablemente único, o cree que es irrefutablemente único; por qué no suponer que para Dios cada hormiga, digamos, es un individuo. Que nosotros no percibimos esas diferencias, pero que Dios las percibe.
     —Cada individualidad. 
     —Sí, aun la individualidad de una hormiga, y por qué no la de una planta, una flor; y quizá una roca también, un peñasco. Por qué no suponer que cada cosa es única —y elijo deliberadamente el ejemplo más humilde—: que cada hormiga es única, y que cada hormiga tiene su parte en esa prodigiosa e inextricable aventura que es el proceso cósmi­co, que es el universo. Por qué no suponer que cada uno sirve a un fin. Y yo habré escrito algún poema diciendo esto, pero qué otra cosa me queda sino repetirme a los ochenta y cinco años, ¿no?; o ensayar variaciones, lo cual es lo mismo.
     —Claro, las preciosas variaciones. Pero visto así, como usted lo dice, Borges, el amor puede ser una forma de revela­ción. 
     —Sí: es el momento en que una persona se revela a otra. Bueno, Macedonio Fernández dijo que el... cómo decirlo decorosamente... dijo que el acto sexual es un saludo que cambian dos almas.
     —Qué magnífico eso. 
     —Espléndida frase.
     —Es obvio que él había llegado a una comprensión profunda del amor. 
     —Sí, me dijo que es un saludo, es el saludo que un alma le hace a otra.
     —Naturalmente que en ese caso, como debe ser, el amor precede al sexo. 
     —Claro, está bien, sí, puesto que el sexo sería uno de los medios; y otro podría ser, no sé, la palabra, o una mirada, o algo compartido —digamos un silencio, una puesta de sol compartida, ¿no?— también serían formas del amor, o de la amistad, que es otra expresión del amor, desde luego.
     —Todo lo cual es magnífico. 
     —Sí, y puede ser cierto además, corre el hermoso peli­gro de ser cierto.
     —Sócrates recomendaba llegar a ser expertos en amor, como forma de sabiduría. Naturalmente él se refería a la visión que eleva del amor; la visión platónica. 
     —Sí, se entiende.

De Diálogos de J. L. Borges y Osvaldo Ferrari

miércoles, 18 de julio de 2012

La Vida Misma


domingo, 15 de julio de 2012

Pilkingtoniana


jueves, 12 de julio de 2012

Best Pick Up Line Ever (O La Senda Del Perdedor)

     Si tenés una vejiga altamente sensible al frío, encontrás un mercado desierto en el medio de la nada y el único empleado a la vista es una muy linda repositora es más que probable que a pesar de todos tus esfuerzos por decir otra cosa lo que realmente salga de tu boca sea:

- Perdoná, ¿este Toledo tiene baño?

viernes, 6 de julio de 2012

Un Tipo Adorable

     -Uffff! Como comí! No doy más.
     -Como para salir con vos a un tenedor libre, lo fundís
     - Callate, una vez salí con el croto de José y su novia. Ahí sí que pase vergüenza.
     -¿Por qué? ¿Qué pasó?
     -Escucha. Resulta que una noche los invito a salir, así que primero fuimos cenar a un restoran para después ir a un boliche. Y entonces estamos terminando de cenar y no va el croto este y le pide al mozo si no guarda las sobras para después. La vergüenza que me hizo pasar. Encima los estúpidos agarran y las guardan en la cartera de mina. ¡El olor a guiso que había! ¡JAJAJA!
     -Sabes como se lo habrán escupido, no?
     -Callate, me acuerdo cuando trabajaba en el café del pelado Velazquez. ¡Como gargajeábamos de lo lindo ahí! "Ay, traeme un capuchino, pero bien espumoso". Sabes, no, aaaaajjjjjjjjj! ¡Ptuáj!, ahí tenés pelotudo, bien espumoso ¡JAJAJAJAJAJA!

martes, 3 de julio de 2012

lunes, 2 de julio de 2012

miércoles, 27 de junio de 2012

¿Quiere dejar de decir jalea?

     No quiero ser el boludo que encuentra doble sentido en todo, pero ¿la "jalea real del Tío Nacho"?  Naaaaaaaaaaaaaaaahhhhh!!!!!


     Y ya que estamos:

martes, 26 de junio de 2012

Las Ciudades Invisibles, II

     —Los otros embajadores me advierten de carestías, de concusiones, de conjuras, o bien me señalan minas de turquesas recién descubiertas, precios ventajosos de las pieles de marta, propuestas de suministros de armas damasquinas. ¿Y tú? — preguntó a Polo el Gran Kan—. Vuelves de comarcas tan lejanas y todo lo que sabes decirme son los pensamientos que se le ocurren al que toma el fresco por la noche sentado en el umbral de su casa. ¿De que te sirve, entonces, viajar tanto? — Es de noche, estamos sentados en las escalinatas de tu palacio, sopla un poco de viento — respondió Marco Polo—. Cualquiera que sea la comarca que mis palabras evoquen en torno a ti, la verás desde un observatorio situado como el tuyo, aunque en el lugar del palacio real haya una aldea lacustre y la brisa traiga el olor de un estuario fangoso.
     — Mi mirada es la del que esta absorto y medita, lo admito. ¿Pero y la tuya? Atraviesas archipiélagos, tundras, cadenas de montañas. Daría lo mismo que no te movieses de aquí.
     El veneciano sabía que cuando Kublai se las tomaba con él era para seguir mejor el hilo de sus razonamientos; y que sus respuestas y objeciones se situaban en un discurso que ya se desenvolvía por cuenta propia en la cabeza del Gran Kan. O sea que entre ellos era indiferente que se enunciaran en voz alta problemas o soluciones, o que cada uno de los dos siguiera rumiándolos en silencio. En realidad estaban mudos, con los ojos entrecerrados, recostados sobre almohadones, meciéndose en hamacas, fumando largas pipas de ámbar.
     Marco Polo imaginaba que respondía (o Kublai imaginaba su respuesta) que cuanto más se perdía en barrios desconocidos de ciudades lejanas, más entendía las otras ciudades que había atravesado para llegar hasta allí, y recorría las etapas de sus viajes, y aprendía a conocer el puerto del cual había zarpado, y los sitios familiares de su juventud, y los alrededores de su casa, y una placita de Venecia donde corría de pequeño.
     Llegado a este punto Kublai Kan lo interrumpía o imaginaba que lo interrumpía, o Marco Polo imaginaba que lo interrumpía con una pregunta como: —¿Avanzas con la cabeza siempre vuelta hacia atrás? —o bien:—¿Lo que ves está siempre a tus espaldas? —o mejor:— ¿ Tu viaje se desarrolla sólo en el pasado?.
     Todo para que Marco Polo pudiese explicar o imaginar que explicaba o que Kublai hubiese imaginado que explicaba o conseguir por último explicarse a sí mismo que aquello que buscaba era siempre algo que estaba delante de él, y aunque se tratara del pasado era un pasado que cambiaba a medida que él avanzaba en su viaje, porque el pasado del viajero cambia según el itinerario cumplido, no digamos ya el pasado próximo al que cada día que pasa añade un día, sino el pasado más remoto . Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.
     Marco entra en una ciudad; ve a alguien vivir en una plaza una vida o un instante que podrían ser suyos; en el lugar de aquel hombre ahora hubiera podido estar él si se hubiese detenido en el tiempo tanto tiempo antes, o bien si tanto tiempo antes, en una encrucijada, en vez de tomar por una calle hubiese tomado por la opuesta y después de una larga vuelta hubiese ido a encontrarse en el lugar de aquel hombre en aquella plaza. En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido; no puede detenerse; debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá había si do un posible futuro y ahora es el presente de algún otro. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas.
     —¿Viajas para revivir tu pasado? —era en ese momento la pregunta del Kan, que podía también formularse así: ¿Viajas para encontrar tu futuro?
     Y la respuesta de Marco:
      —El allá es un espejo en negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá.

Italo Calvino

domingo, 24 de junio de 2012

El Ocaso de los Ídolos

     Como recordaran de desvaríos anteriores, soy algo así como un mago rojo. Cuando me pongo a pensar en cómo llegué a tener esa tendencia de tratar de aprender de todo (para finalmente no saber nada de nada) se me ocurre que una de las principales influencias es, sin la menor duda, Mc Gyver, el ídolo más importante del panteón magorojista. Un héroe de acción que sabía tanto de arqueología como de química, o astronomía, por no mencionar sus conocimientos de física cuántica y fosforomodelismo.
     Así que imaginen lo que un mago rojo siente cuando se encuentra con esto:

martes, 19 de junio de 2012

Paradoja existencial

Un sentimental insensible. Básicamente, un pelotudo.

jueves, 14 de junio de 2012

jueves, 7 de junio de 2012

Old knitter of black wool


" In about forty-five seconds I found myself again in the waiting-room with the compassionate secretary, who, full of desolation and sympathy, made me sign some document. I believe I undertook amongst other things not to disclose any trade secrets. Well, I am not going to.

" I began to feel slightly uneasy. You know I am not used, to such ceremonies, and there was some­thing ominous in the atmosphere. It was just as though I had been let into some conspiracy—I don't know—something not quite right; and I was glad to get out. In the outer room the two women knitted black wool feverishly. People were arriving, and the younger one was walking back and forth introducing them. The old one sat on her chair. Her flat cloth slippers were propped up on a foot-warmer, and a cat reposed on her lap. She wore a starched white affair on her head, had a wart on one cheek, and silver-rimmed spectacles hung on the tip of her nose. She glanced at me above the glasses. The swift and indifferent placidity of that look troubled me. Two youths with foolish and cheery countenances were being piloted over, and she threw at them the same quick glance of unconcerned wisdom. She seemed to know all about them and about me too. An eerie feeling came over me. She seemed uncanny and fateful. Often far away there I thought of these two, guarding the door of Dark­ness, knitting black wool as for a warm pall, one introducing, introducing continuously to the un­known, the other scrutinising the cheery and foolish faces with unconcerned old eyes. Ave! Old knitter of black wool. Morituri te salutant. Not many of those she looked at ever saw her again—not half, by a long way.
 
Fragmento de Heart of Darkness de Joseph Conrad.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...