jueves, 29 de diciembre de 2011

100% Ciencia


     Al parecer lo habrían encontrado. Es muy simpático y responde al nombre de Bilbo:


miércoles, 28 de diciembre de 2011

Perdoná Si Te Digo Que No, Pero...


... no me gusta el rap...

martes, 27 de diciembre de 2011

Amarillo y Rosa (Fragmento)

Se avecinaba Navidad y ya era menester sacar de la caja las estatuitas del pesebre, limpiarlas, retocarlas con el pincel, reparar las machucaduras. Era ya tarde, pero don Camilo estaba todavía trabajando en su casa. Oyó golpear a la ventana, y cuando vio que era Pepón fue a abrir.
Pepón se sentó mientras don Camilo volvía a su quehacer. Ambos callaron un largo rato.
–¡Viejo Dios!– exclamó de pronto Pepón rabiosamente.
–¿No se te ocurrió otro sitio que la casa parroquial para blasfemar?– preguntó don Camilo sin alterarse. – ¿No podías hacerlo mientras estabas en el comité?
–¡Ya ni blasfemar se puede en el comité! – masculló Pepón . – Porque también si uno blasfema debe dar explicaciones.
Don Camilo se dedicó a la barba de San José.
–¡En este cochino mundo un hombre de bien ya no puede vivir! – exclamó Pepón al rato.
–¿Y qué te importa? – preguntó don Camilo – ¿Te has vuelto acaso un hombre de bien?
–Siempre lo he sido.
–¡Ah, qué cosa! Nunca me lo habría imaginado.
Don Camilo siguió retocando la barba de San José. Después pasó a retocarle la ropa.
–¿Le falta todavía mucho? – se informó Pepón con enojo.
–Si me das una mano, acabamos pronto.
Pepón era mecánico y tenía las manos grandes como palas y dedos enormes que se doblaban con esfuerzo. Pero cuando alguien tenía que arreglar un cronómetro, tenía que acudir a Pepón . Porque así son las cosas, y justamente los hombrachones están hechos para las tareas minúsculas. Fileteaba la carrocería de los automóviles y los rayos de las ruedas de los carros como uno del oficio.
–¡Es lo que faltaba! ¡Que ahora me meta a pintar santos! –refunfuñó. – ¡No me habrá confundido con el sacristán, supongo!
Don Camilo pescó en el fondo de la caja y sacó una cosita de color rosa, grande como un gorrión, y era precisamente el Niño Jesús.
Pepón se encontró en la mano la estatuita, sin saber cómo, y entonces tomó un pincelito y empezó a trabajar con esmero. Él de un lado de la mesa y don Camilo del otro, sin poder verse las caras, porque había entre ellos el resplandor del candil.
–Es un mundo cochino – dijo Pepón . – Uno no puede confiar en nadie si quiere decir algo. No me fío tampoco de mí mismo.
Don Camilo estaba muy absorbido en su trabajo: había que rehacer todo el rostro de la Virgen. Cosa fina.
–¿Y en mí, tienes confianza? – preguntó don Camilo con indiferencia.
–No lo sé.
–Haz la prueba de decirme algo y así lo sabes. Pepón acabó los ojos del Niño: la cosa más difícil. Después repasó el rojo de los pequeños labios.
–Quisiera plantar todo – dijo. – Pero no se puede.
–¿Quién te lo impide?
–¿Impedírmelo? Agarro una tranca de hierro y mato a un regimiento.
–¿Tienes miedo?
–¡Nunca tuve miedo en la vida!
–Yo sí, Pepón . Algunas veces tengo miedo.
Pepón mojó el pincel.
–Bueno, alguna vez también yo – dijo. Se le oyó apenas.
Don Camilo suspiró.
–La bala me pasó a cuatro dedos de la frente – contó don Camilo. – Si no hubiera echado hacia atrás la cabeza, precisamente en ese instante, quedaba seco. Ha sido un milagro.
Pepón había concluido el rostro del Niño y estaba repasando el color rosa del cuerpo.
–Siento haberle errado – masculló Pepón – Pero estaba demasiado lejos y estaban de por medio los cerezos.
Don Camilo paró de pintar.
–Desde hacía tres noches – explicó Pepón – el Brusco daba vueltas alrededor de la casa de Pizzi para impedir que el otro matase al muchacho. El muchacho debe haber visto al que disparó desde la ventana contra su padre, y el otro lo sabe. Yo, mientras tanto, daba vueltas alrededor de la casa de usted. Porque yo estaba seguro de que el otro sabía que también usted conoce al matador de Pizzi.
–¿Quién es el otro?
–No lo conozco – respondió Pepón . – Lo he visto de lejos acercarse a la ventana de la capillita. Pero no podía tirarle antes de que hiciese algo. Apenas disparó, disparé también yo. Le erré.
–Agradezcamos al Señor – dijo don Camilo. – Sé cómo tiras, y entonces puedo decir que los milagros han sido dos.
–¿Quién será? Sólo usted lo sabe y el muchacho.
Don Camilo habló lentamente:
–Sí, Pepón , lo sé; pero no hay cosa en el mundo que pueda hacerme violar el secreto de la confesión.
Pepón suspiró y siguió pintando.
–Hay algo que no marcha – dijo – parece que todos ahora me miran con ojos distintos. Todos, también el Brusco.
–Al Brusco le parecerá lo mismo, y a los demás también – respondió don Camilo. – Cada cual tiene miedo del otro, y cuando habla parece que cada cual se sintiera siempre obligado a defenderse.
–Y eso, ¿por qué?
–No hagamos política, Pepón . – Pepón suspiró de nuevo.
–Me siento como en la cárcel – dijo sombríamente.
–Siempre hay una puerta para escapar de cualquier cárcel de esta tierra – sentenció don Camilo. – Las prisiones son solamente para el cuerpo. Y el cuerpo cuenta poco.
Ya el Niño estaba concluido, y así, frescamente pintado, rosa y claro, parecía resplandecer en medio de la enorme mano oscura de Pepón .
Pepón lo miró y tuvo la impresión de sentir en la palma la tibieza del cuerpecito. Y se olvidó de la cárcel.
Depositó con delicadeza al Niño rosado sobre la mesa y don Camilo lo puso al lado de la Virgen.
–Mi hijo está aprendiendo el villancico de Navidad – anunció con orgullo Pepón . – Oigo todas las noches a la madre hacérselo repetir antes de que se duerma. Es un fenómeno.
–Lo sé –admitió don Camilo. – También la poesía para el obispo la había aprendido maravillosamente.
Pepón se crispó.
–¡Esa fue una de sus mayores bribonadas!  –exclamó. – Esa, usted me la paga.
–Para pagar y para morir siempre hay tiempo. Después, junto a la Virgen inclinada sobre el Niño, puso la estatuita del asnillo.
–Este es el hijo de Pepón , ésta la mujer de Pepón y éste es Pepón – dijo don Camilo, tocando por último al burro.
–¡Y éste es don Camilo! – exclamó Pepón , tomando la estatuita del buey y poniéndola en el grupo.
–¡Bah! Entre animales siempre nos entendemos – concluyó don Camilo.

Saliendo, Pepón volvió a hallarse en la noche oscura del valle del Po, pero ahora estaba tranquilo porque aun sentía en la palma de la mano la tibieza del Niño rosado.
Luego oyó resonarse en los oídos las palabras del villancico, que ya sabía de memoria.
"Cuando, la noche de la víspera, me lo diga, será algo magnífico", se dijo regocijado. "También cuando mande la democracia proletaria, los villancicos habrá que respetarlos. ¡Más bien, hacerlos obligatorios!".

El río corría plácido y lento, a dos pasos, bajo el dique, y también él era una poesía: una poesía empezada cuando había empezado el mundo y que todavía continuaba. Y para redondear y pulir el más pequeño de los miles de millones de guijarros del lecho del río, se habían requerido mil años.
Y solamente dentro de veinte generaciones el agua habrá pulido una nueva piedrecita.
Y dentro de mil años la gente correrá a seis mil kilómetros por hora sobre automóviles a propulsión superatómica. ¿Y para qué? Para llegar a fin de año y quedar con la boca abierta delante del mismo Niño de yeso que, una de las noches pasadas, el camarada Pepón repintó con su pincelito.

Giovanni Guareschi 

domingo, 25 de diciembre de 2011


jueves, 22 de diciembre de 2011

De Perdedores y Loqueros

     Me temo que no puedo presentar discusión sobre su concepto de lo que usted llama madurez... Puede ser que su amigo "estudiante avanzado de psicología" le estuviera tomando el pelo un poco, o podría ser que el avance en la psicología lo haya puesto en un estado de confusión en el que probablemente seguirá el resto de su vida. Parece como si tuviéramos superpoblación de psicólogos hoy día, pero supongo que es natural, dado que su jerga, cansadora como me resulta personalmente, parece tener la misma atracción para las mentes confusas que tenían las sutilezas teológicas para la gente en épocas pasadas. Si rebelarse contra una sociedad corrupta equivale a ser inmaduro, entonces Philip Marlowe lo es en extremo. Si ver la basura donde hay basura constituye una señal de inadaptación social, entonces Philip Marlowe es un inadaptado. Por supuesto, Marlowe es un fracasado, y lo sabe. Es un fracasado porque no tiene dinero. Un hombre que sin ningún impedimento físico no puede ganarse decentemente la vida siempre es un fracasado, y por lo general un fracasado moral. Pero una gran cantidad de hombres muy buenos han sido fracasados porque sus talentos particulares no se ajustaban a su tiempo y lugar. Supongo que a largo plazo todos somos fracasados, o no tendríamos la clase de mundo que tenemos. Creo que no me gusta su sugerencia de que Philip Marlowe desprecia las debilidades físicas ajenas. No sé de dónde sacó esa idea, y no creo que sea así. También estoy un poco cansado de las numerosas sugerencias que se han hecho, en el sentido de que siempre está lleno de whisky. El único punto que puedo ver en justificación de eso es que cuando quiere un trago lo toma abiertamente y no vacila en decirlo. No sé cómo será en su parte del país, pero comparado con la sociedad de country clubs en mi parte del país, Marlowe es tan sobrio como un diácono.

Raymond Chandler, carta de respuesta al señor Inglis, un
admirador, octubre de 1951. En un punto de su carta Inglis
especulaba que, para un psicólogo, Philip Marlowe podía
parecer emocionalmente inmaduro.

martes, 20 de diciembre de 2011

Mariposas

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

      Un poco de esto hay en la película de Cowboy Bebop. Un poco.
      Cowboy Bebop es tan bueno en tantas cosas... Por ejemplo, esto no me lo puedo sacar de la cabeza:


     Ojala este post haya sido un sueño :P

lunes, 19 de diciembre de 2011

CCC


     En una película o serie que no recuerdo dijeron que si veías 300 más de una vez probablemente eras gay. Este Papa Noel lo hizo:

La vela, la vela

     Respecto al post 300 de este blog, todavía no está claro si verlo más de una vez te arruina el cerebro o te deja ciego.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Tradición

     Puede ser que el árbol sea cada vez más chico y también que las fiestas importen menos, pero el pesebre es especial. Allá lejos, cuando era chico y el turbante me bailaba en la cabeza fue cuando construí con tres maderas, un serrucho, un martillo y como 50 clavos (me gustaba martillar en esa época) la "estructura" del pesebre. A eso le agregamos las imágenes convencionales: algún animal, pastores, Jose, María, el pibe y los reyes.
     Ese pesebre permaneció casi entero hasta ahora. Digo casi entero porque con los años se extraviaron dos reyes: Baltasar y Melchor (o Gaspar, no se). Claro, los reyes perdidos fueron reemplazados por personal extra. El primero en entrar fue Robocop, ocupando el lugar del primer rey perdido. Después, un par de años más adelante, perdimos a otro rey y a Murphy, por lo que en reemplazo usamos a dos personajes que curiosamente el destino puso ante nuestros pies unos días antes, en la calle. Eran un robot que no identifico y el ídolo de multitudes: la Brujita Veron.
     Este año encontramos al Robocop perdido, pero nos dio pena jubilar a uno de los otros, y el pesebre terminó con cuatro reyes magos.



     Las fiestas no son las fiestas sin este pesebre (y el pan dulce).


miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Pared

     «¡Perdone! —dirá alguno—. Pero entonces usted, ¿por qué protesta? Dos y dos son cuatro. A la naturaleza no le importan sus pretensiones; no le preocupan sus deseos; no le importa si sus leyes le convienen o no. Usted debe aceptarla como es y a aceptar todo lo que procede de ella. La pared es una pared...», etcétera. Pero ¿qué importan, Dios mío, las sabias leyes de la naturaleza y la impecable aritmética si, por un motivo u otro, esas leyes y ese «dos y dos son cuatro» no me placen? Evidentemente, no puedo romper la pared con la cabeza, porque mis fuerzas no alcanzan para ello; pero me niego a aceptarla simplemente por que sea de piedra y yo no tenga fuerzas para romperla. ¡Como si esa pared pudiera dar alguna paz!
     ¡Como si uno pudiera reconciliarse con lo imposible por el simple hecho de que se funda sobre el «dos y dos son cuatro»! ¡Es lo más ridículo que puede imaginarse!
     ¡Cuánto más terrible es entenderlo todo, tener clara conciencia de todas las imposibilidades, de todas las paredes de piedra, y decidir no humillarse ante ninguna de esas imposibilidades, ante ninguna de esas paredes si ello nos repugna! ¡Cuánto más difícil es llegar, siguiendo las deducciones lógicas, a la posición más desesperante respecto a nuestra parte de responsabilidad en la pared de piedra (aunque está muy claro que no tenemos nada que ver con eso), y, en consecuencia, hundirnos, en silencio pero apretando los dientes con voluptuosidad, en la inercia, sin dejar de pensar que en verdad no podemos rebelarnos contra nadie, porque, sencillamente, no tenemos a nadie contra quién rebelarnos! ¡Y nunca lo tendremos, porque todo es una gran mentira, un engaño, un caos! No sabemos de «qué» ni «quién», pero si sabemos que por todos los engaños y por toda nuestra ignorancia, sufrimos, y tanto más cuanto menos comprendemos.

Fiodor Dostoyevski, Memorias del Subsuelo, Primera parte, Capitulo III (Fragmento).

martes, 6 de diciembre de 2011

Spam... atarse

Uno todavía sufriendo los efectos del síndrome de abstinencia y tiene que aguantar esto:

A veces pareciera que los bots del spam realmente estuvieran espiando...
     Saludos también para la gente de Prosegur, que estuvieron cerca de la genialidad de cierto profesor que tuve, que a la hora de definir que son los costos lanzó un épico "¿Costos?¿Qué son los costos? Los costos son costos", pasando con esto a los anales de la Historia. Y nunca mejor usada la palabra, porque enseñaba como el culo...

lunes, 5 de diciembre de 2011

Física Para Gaznápidos


sábado, 3 de diciembre de 2011

No Pain, No Gain


Y así de fácil pasamos de quemar calorías a simplemente quemar...


Yo les digo: ojo con las bicicletas fijas, en especial las que se regulan apretando la resistencia contra el eje. La temperatura que levanta por la fricción es importante.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Ojo

     Tiene su tristeza empatar en un duelo de mantener miradas con el chiquito que estaba en un colectivo  que esperaba el cambio del semáforo.
     Más tarde, en otro colectivo atiborrado, tuvo lugar una conversación visual con una linda muchacha. Como dije, el colectivo estaba lleno y ella sentada casi al fondo, mientras que yo estaba parado casi al frente. Intercambiamos guiños, sonrisas, morisquetas y hasta opiniones acerca de otros pasajeros. Claro que alcanzó con una breve distracción y desvío de la mirada para que ella bajara sin siquiera un vistazo de despedida.
       Acerca del tema de las miradas ya hemos hablado antes. Ahora, si ustedes quieren dialogar con alguien como lo hicimos nosotros, les dejo la siguiente guía:


Kim Pine And The Wilderness Sabbatical

Por esta y muchas cosas más amo a Kim Pine.
Ah, ya salió el ultimo tomo de Scott Pilgrim. Pidanselo al gordo barbudo (no, no me refiero al que atiende la comiquería, sino a Papanuel, che, que hay que explicar todo. Aunque si lo van a comprar sí, pidanselo al otro gordo barbudo).
Supongo que este es el fin de las entradas ladri acerca de Scott  Pilgrim.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fragmento Nº 398

     Tengo por certera la intuición de que, a las criaturas como yo, ninguna circunstancia material puede resultarles propicia, ningún hecho de esta vida favorable. Si tengo mis propias razones para alejarme de la vida, no hay duda de que ella también contribuye con las suyas para que yo lo haga. Aquellas sumas de hechos que, para los hombres vulgares, son férrea garantía de éxito, provoca, cuando me atañe, otro resultado que el usual, inesperado y adverso.
     Me nace, a veces, al verificarlo, una impresión dolorosa de enemistad divina. Me parece que sólo por una adecuación consciente de los hechos, como para que me resulten desfavorables, me podría haber sucedido la serie de desastres que define mi vida.
     Resulta de todo esto, en términos de esfuerzo, que yo no me empeño nunca demasiado. Si la suerte quiere encontrarme, que lo haga. Sé de sobra que ni el mayor de mis empeños puede darme el resultado que otros obtendrían. Por eso me abandono a la suerte, sin esperar mucho de ella. ¿Para qué? Mi estoicismo es una necesidad orgánica. Necesito acorazarme contra la vida. Como todo estoicismo no pasa de ser un epicureísmo severo, deseo, cuando es posible, hacer que mi desgracia me divierta. No sé hasta qué punto lo consigo. No sé hasta qué punto hay algo que se pueda conseguir...
     Donde cualquier otro vencería, no por obra de su esfuerzo, sino por una fatalidad implícita en las cosas, yo ni siquiera en virtud de esa misma fatalidad ni mediante ese esfuerzo, logro vencer o podría hacerlo.
     Nací, tal vez, espiritualmente, en un día corto de invierno. La noche cayó temprano sobre mi ser. Sólo en la frustración y el abandono puedo realizar mi vida.
     En el fondo, nada de esto es estoico, No es más que en las palabras donde se puede palpar la nobleza de mi sufrimiento. Me quejo como una sirvienta enferma. Me fastidio como un ama de casa cualquiera. Mi vida es enteramente fútil y enteramente triste.

Fernando Pessoa, Libro del Desasosiego.

martes, 29 de noviembre de 2011

Red Mage Learns A New Spell!!

Red Mage learns Scorch Video Card




Effects:

            100% damage on video card
             -50 gaming skill

             +20 reading skill

             +30 outdoors activities
             -40 reality evasion



 Game Over!   

lunes, 28 de noviembre de 2011

Moraleja (O chiste estúpido)

"No te dejes aplastar por la melancolía"

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Stab In The Dark


Hace poco empezó Life is too short. Si te gustó Extras, estas avisad@

domingo, 20 de noviembre de 2011

El Caballero Inexistente, Capítulo VI

     Esta historia que he empezado a escribir es aún más difícil de lo que yo pensaba. Ahora  me toca representar la mayor locura de los mortales, la pasión amorosa, de la que el voto, el claustro y el pudor natural me han librado hasta aquí. No digo que no haya oído hablar de ella: es más, en el monasterio, para ponernos en guardia contra las tentaciones, a veces discurrimos sobre eso, del modo como podemos hacerlo nosotras con la idea vaga que de ello tenemos, y esto sucede sobre todo cada vez que una de nosotras, pobrecita, por inexperiencia queda encinta, o bien, raptada por algún poderoso sin temor de Dios, regresa y nos cuenta todo aquello que le han hecho. Así pues, también del amor, como de la guerra, diré por las buenas lo que consigo imaginarme: el arte de escribir historias está en saber extraer de lo poco que se ha comprendido de la vida todo el resto; pero terminada la página se reanuda la vida y nos damos cuenta de que lo que sabíamos es desde luego bien poco.
     Bradamante, ¿sabía algo más? Después de toda su vida de amazona guerrera, una profunda insatisfacción se había abierto camino en su ánimo. Había emprendido la vida caballeresca por el amor que sentía hacia todo lo que era severo, exacto, riguroso, conforme a una regla moral, y —en el manejo de las armas y de los caballos— a una extrema precisión de movimientos. Y en cambio, ¿qué tenía a su alrededor? Hombrachos sudados, que se dedicaban a hacer la guerra con aproximación y negligencia, y en cuanto estaban fuera del horario de servicio, siempre empinaban el codo o haraganeaban con torpeza detrás suyo para ver a cuál de ellos decidiría llevarse a la tienda esa noche. Porque ya se sabe que la caballería es una gran cosa, pero los caballeros son todos unos bobalicones, acostumbrados a llevar a cabo acciones magnánimas, pero al por mayor, tal como vienen, consiguiendo mantenerse más o menos bien dentro de las sacrosantas reglas que habían jurado seguir, y que, en todo caso, al estar tan bien fijadas, les excusaban del trabajo de pensar. La guerra, ciertamente, en parte es carnicería, en parte rutina, y no hay que fijarse demasiado en menudencias.
     Bradamante no era distinta de ellos, en el fondo; quizá estos deseos suyos de severidad y rigor se le habían metido en la cabeza para contrastar con su verdadera naturaleza. Por ejemplo, si había un perdulario en todo el ejército de Francia, era ella. Su tienda, pongamos por caso, era la más desordenada de todo el campamento. Mientras que los hombres, pobrecitos, se las arreglaban, incluso en los trabajos que se consideran de mujeres, como lavar la ropa, remendarla, barrer el suelo, quitar de en medio lo que no
sirve, ella, educada como una princesa, no tocaba nada, y si no hubiese sido por aquellas viejas lavanderas y fregonas que siempre daban vueltas alrededor de los regimientos —todas rufianas, de la primera a la última— su pabellón habría sido peor que una pocilga. Desde luego, ella nunca estaba allí; su jornada empezaba cuando se ponía la armadura y montaba en silla; y en efecto, en cuanto tenía sus armas encima era otra, toda reluciente desde la punta del yelmo a las grebas, haciendo alarde de las piezas de la armadura más perfectas y nuevas, y con la coraza adornada con cintas azules, ninguna de ellas fuera de su sitio. Con esta voluntad suya de ser la más resplandeciente en el campo de batalla, más que una vanidad femenina expresaba un continuo desafío a los paladines, una superioridad sobre ellos, una altivez. A los guerreros amigos o enemigos les exigía una perfección en el uniforme y en el manejo de las armas que indicara la misma perfección de ánimo. Y si le acontecía encontrar un campeón que le parecía responder en cierta medida a sus pretensiones, entonces se despertaba en ella la mujer de fuertes apetitos amorosos. En esto también se decía que desmentía del todo sus rígidos ideales: era una amante a la vez tierna y furiosa. Pero si el hombre la seguía por ese camino y se abandonaba y perdía el control de sí mismo, ella en seguida se desenamoraba y volvía a ponerse a la busca de temples más duros. Pero ¿a quién encontrar ya? Ninguno de los campeones cristianos o enemigos tenía ya ascendiente sobre ella: de todos conocía las debilidades y sandeces.
     Se ejercitaba en tirar con el arco, delante de su tienda, cuando Rambaldo, que iba buscándola ansiosamente, le vio por primera vez la cara. Vestía una pequeña túnica corta; los brazos desnudos tensaban el arco; el rostro con el esfuerzo estaba un poco hosco; los cabellos estaban atados en la nuca y caían después en una gran cola desparramada. Pero la mirada de Rambaldo no se detuvo en ninguna observación  detallada: vio en conjunto a la mujer, su cuerpo, sus colores, y no podía ser sino ella, aquella a la que, casi sin haberla visto todavía, deseaba desesperadamente; y ya para él no podía ser distinta.
     La flecha salió del arco, se clavó en el palo del blanco en la línea exacta de otras tres que ya había hincado.
     —¡Te desafío con el arco! —dijo Rambaldo corriendo hacia ella.
     Así corre siempre el joven hacia la mujer: pero ¿es realmente amor por ella lo que lo empuja? ¿O es más bien amor de sí mismo, búsqueda de una certeza de que existe que sólo la mujer puede darle? Corre y se enamora el joven, inseguro de sí, feliz y desesperado, y para él la mujer es aquella que con seguridad existe, y sólo ella puede darle esa prueba. Pero la mujer, también ella existe y no existe: hela aquí frente a él,  temblorosa también ella, insegura, ¿cómo puede el joven no entenderlo? ¿Qué importa cuál de los dos es el fuerte y cuál el débil? Son iguales. Pero el joven no lo sabe porque no quiere saberlo: aquella de quien tiene hambre es la mujer que existe, la mujer cierta. Ella, en cambio, sabe más cosas; o menos; sea como fuere sabe cosas distintas; ahora es una distinta manera de ser lo que busca; realizan juntos una competición de arqueros; ella le regaña y no lo considera; él no sabe que es por jugar. A su alrededor, los pabellones del ejército de Francia, los estandartes al viento, las filas de caballos que comen finalmente cebada. Los sirvientes preparan la mesa de los paladines. Estos, esperando la hora de comer, forman corrillos por allí cerca, viendo a Bradamante que tira al arco con el muchacho. Bradamante dice:
     —Das en el blanco, pero siempre por casualidad.
     —¿Por casualidad? ¡Si no fallo ni una!
     —¡Aunque acertaras cien flechas, sería siempre por casualidad!
     —Entonces ¿qué es lo que no ocurre por casualidad? ¿Quién sale airoso que no sea por casualidad?
     Por un extremo del campamento pasaba lentamente Agilulfo; de la armadura blanca colgaba un largo manto negro; caminaba por allí como quien no quiere mirar, pero sabe que lo miran y cree que debe demostrar que no le importa mientras que en cambio sí que le importa, pero de otra forma a como los demás podrían entender.
     —Caballero, ven tú a demostrar cómo se hace... —La voz de Bradamante ya no tenía su habitual tono despreciativo, e incluso su actitud había perdido altivez. Había dado dos pasos hacia adelante en dirección a Agilulfo, tendiéndole el arco con una flecha ya armada.
     Lentamente Agilulfo se acercó, tomó el arco, se echó para atrás el manto, clavó los pies uno delante y otro atrás, y movió hacia adelante brazos y arco. Sus movimientos no eran los de los músculos y los nervios que tratan de aproximarse al punto de mira: él ponía en su lugar unas fuerzas en un orden deseado, fijaba la punta de la flecha en la línea invisible del blanco, movía el arco lo necesario y no más, y tiraba, la flecha no podía más que alcanzar el objetivo. Bradamante gritó:
     —¡Este sí que es un disparo!
     A Agilulfo no le importaba nada, apretaba en sus firmes manos de hierro el arco que aún vibraba; luego lo dejaba caer; se amparaba en el manto, manteniéndolo cerrado con los puños sobre el peto de la coraza; y de este modo, se alejaba. No tenía nada que decir y no había dicho nada.
     Bradamante recogió el arco, lo alzó con los brazos extendidos mientras sacudía su cola sobre la espalda.
     —¿Quién, qué otro podrá tirar con el arco con tanta nitidez? ¿Quién podrá ser preciso y absoluto en todos sus actos como él? —y hablando así pegaba patadas a terrones herbosos, rompía flechas contra las empalizadas. Agilulfo ya estaba lejos y no se volvía; la cimera iridiscente estaba doblada hacia adelante como si caminase inclinado, con los puños cerrados sobre el peto, arrastrando el negro manto.
     De entre los guerreros que se habían juntado por allí, alguno se sentó en la hierba para deleitarse con la escena de Bradamante que desvariaba.
     —Desde que le dio por enamorarse de Agilulfo, desgraciada, no vive tranquila...
     —¿Cómo? ¿Qué habéis dicho? —Rambaldo, cogiendo al vuelo la frase, agarró por un brazo al que había hablado.
     —Eh, pichón, ¡ya puedes hinchar el tórax con nuestra paladina! ¡A ella, ahora, ya sólo le gustan las corazas limpias por dentro y por fuera! ¿No lo sabes que está enamorada como una loca de Agilulfo?
     —Pero cómo puede ser... Agilulfo... Bradamante... ¿Cómo se entiende?
     —Se entiende que cuando una ha satisfecho la apetencia de todos los hombres existentes, la única apetencia que le queda puede ser sólo la de un hombre que no existe en absoluto...
     Para Rambaldo ya se había convertido en una tendencia natural, a cada momento de duda o descorazonamiento, el deseo de localizar al caballero de la blanca armadura. También ahora lo sintió, pero no sabía si era aún para pedirle consejo o ya para enfrentarse con él como un rival.
     —Eh, rubia, ¿no es un poco endeble para la cama? —la increpaban los compañeros de armas. Esta de Bradamante debía de ser una bien triste decadencia: era imposible que antes hubiesen tenido el coraje de hablarle en ese tono.
     —Di —insistían aquellos impertinentes—, y si lo desnudas, luego, ¿a qué echas mano? —y se reían a carcajadas.
     En Rambaldo el doble dolor de oír hablar así de Bradamante y de oír hablar así del caballero y la rabia de comprender que en aquella historia él no tenía nada que ver, que nadie podía considerarlo parte litigante, se mezclaban en un mismo abatimiento.
     Bradamante ahora se había armado de un látigo y empezó a voltearlo en el aire dispersando a los curiosos, y a Rambaldo con ellos.
     —¿Y no creéis que soy lo bastante mujer como para conseguir de cualquier hombre que haga todo lo que debe hacer?
     Aquéllos corrían, chillando:
     —¡Huy! ¡Huy! ¡Si quieres que le prestemos algo nosotros, Bradamá, no tienes más que decírnoslo!
     Rambaldo, empujado por los otros, siguió el cortejo de los guerreros ociosos, hasta que se dispersaron. De regresar con Bradamante ya no tenía deseos; e incluso la compañía de Agilulfo, ahora, le habría resultado molesta. Por casualidad se había encontrado a su lado a otro joven, llamado Torrismundo, hijo pequeño de los duques de Cornualles, que caminaba mirando al suelo, hosco, silbando. Rambaldo siguió caminando junto a este joven que le era casi desconocido. Y como quiera que sentía la necesidad de desfogarse, rompió a hablar.
     —Yo soy nuevo aquí, no sé, no es como creía, todo se escapa, no se llega nunca, no se entiende.
     Torrismundo no alzó los ojos, sólo interrumpió por un momento su sombrío silbido, y dijo:
     —Todo es un asco.
     —Hombre, ves —respondió Rambaldo—, yo no sería tan pesimista, hay momentos en que me siento lleno de entusiasmo, incluso de admiración, me parece entenderlo todo, por fin, y me digo: si ahora he encontrado el ángulo justo para ver las cosas, si la guerra en el ejército franco es toda así, esto es realmente lo que soñaba. En cambio no puedes estar nunca seguro de nada...
     —¿Y de qué quieres estar seguro? —lo interrumpió Torrismundo—. Enseñas, grados, pompas, nombres... Todo es fachada. Los escudos con las hazañas y los emblemas de los paladines no son de hierro: son papel, que lo puedes atravesar de parte a parte con un dedo.
     Habían llegado a una charca. Sobre las piedras de la orilla saltaban las ranas, croando. Torrismundo se había vuelto hacia el campamento e indicaba los estandartes altos sobre las empalizadas con un gesto como si quisiera borrarlo todo.
     —Pero el ejército imperial —objetó Rambaldo, cuyo desahogo de amargura había quedado sofocado por la furia de negación del otro, y ahora trataba de no perder el sentido de las proporciones para volver a encontrar un sitio para sus propios dolores—, el ejército imperial, hay que admitirlo, combate por una santa causa y defiende a la cristiandad contra el infiel.
     —No hay defensa ni ofensa, no hay sentido de nada —dijo Torrismundo—. La guerra durará hasta el final de los siglos y nadie ganará o perderá, nos quedaremos parados unos frente a otros para siempre. Y sin los unos los otros no serían nada, y a estas alturas tanto nosotros como ellos hemos olvidado por qué combatimos... ¿Oyes estas ranas? Todo lo que hacemos tiene tanto sentido y tanto orden como su croar, su saltar del agua a la orilla y de la orilla al agua...
     —Para mí no es así —dijo Rambaldo—, para mí, al contrario, todo está demasiado encasillado, regulado... Veo la virtud, el valor, pero es todo tan frío... Que haya un caballero que no existe, te lo confieso, me da miedo... Y sin embargo lo admiro, es tan perfecto en todo lo que hace, da más seguridad que si existiera, y casi —enrojeció— comprendo a Bradamante... Agilulfo es sin duda el mejor caballero de nuestro ejército...
     —¡Bah!
     —¿Cómo bah?
     —También él es una ilusión, peor que los demás.
     —¿Qué quieres decir con ilusión? Todo lo que hace, lo hace en serio.
     —¡Nada! Todo son cuentos... No existe ni él, ni las cosas que hace, ni las que dice, nada, nada...
     —Pero entonces, ¿cómo se las apañaría, con la desventaja en que se encuentra respecto a los demás, para ocupar en el ejército el puesto que ocupa? ¿Sólo por el nombre?
     Torrismundo permaneció un momento en silencio, luego dijo bajito:
     —Aquí hasta los nombres son falsos. Si quisiera haría que todo se fuera al cuerno. No nos queda ni la tierra en que posar los pies.
     —Pero entonces, ¿no hay nada que se salve?
     —Quizá. Pero no aquí.
     —¿Quién? ¿Dónde?
     —Los caballeros del Santo Grial.
     —¿Y dónde están?
     —En los bosques de Escocia.
     —¿Los has visto?
     —No.
     —¿Y cómo tienes noticias de ellos?
     —Lo sé.
     Callaron. Se oía sólo el croar de las ranas. A Rambaldo le estaba entrando miedo de que aquel croar lo dominase todo, lo ahogase también a él en un verde, viscoso, ciego latir de branquias. Pero se acordó de Bradamante, de cómo había aparecido en la batalla, con la espada alzada, y toda esta turbación estaba ya olvidada: no veía llegar la hora de batirse y llevar a cabo proezas ante sus ojos de esmeralda.

Italo Calvino

See You Space Cowboy (O Una Buena Razón Para Aprender Japones)



Un saludo a todas las Julias y Spikes de la galaxia.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Ergo Sum

     Ya cuando se acercó me sorprendió. Es decir, voy con alguna frecuencia a ese lugar, y siempre fue indiferente a mi presencia. Cuando me preguntó con esa sonrisa qué pasó con mis anteojos me dí cuenta: yo existo, no soy una sombra. El que alguien tan superfluo como uno sea recordado por alguien como ella es prueba suficiente.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Preaviso (Ahora que Puse Pausa)

      Existe la ligera posibilidad de que desaparezca por un rato. ¿La razón?

Loco, la torre Eiffel se hace mierda. Se hace mierda. Y encima hay un tiroteo en un avión que es genial. Aunque no es el mejor de la trilogía


¿Qué puede fallar en un juego que promete 300 horas de matanza de monstruos, dragones y algún que otro cristiano?


Es el condenado Batman. Again.


Así que no se preocupen si no aparecen nuevas (y geniales) entradas por algún tiempo. Y por las dudas, feliz navidad :P

lunes, 14 de noviembre de 2011

Alunado


     Dicen que vemos las cosas no como son sino como somos. Y ahí tenemos a la luna y su cara, en la que la gente ve las más variadas cosas. Un clásico es el conejo, en varias civilizaciones esta la leyenda del conejo en la luna. Otros, como los griegos y los romanos veían a un tipo cargando una bolsa.
     Yo me acuerdo de una noche, era mi cumpleaños, a los seis o siete años, me acuerdo del cielo despejado, la luna recién salida, enorme. Y me acuerdo que esa vez, esa única vez alcancé a leer en la cara de la luna la palabra "feliz".
      El tiempo pasó, pero no pierdo las esperanzas, y de vez en cuando miro arriba y busco las palabras en la luna. Pero lo único que logro ver es un manchon ilegible.

¿Y ustedes?¿Ven o vieron algo en la luna?

You Said Something


On a rooftop in Brooklyn
One in the morning
Watching the lights flash
In Manhattan
I see five bridges
The empire state building
And you said something
That I've never forgotten

We lean against railings
Describing the colours
And the smells of our homelands
Acting like lovers
How did we get here?
To this point of living?
I held my breath
And you said something

And I am doing nothing wrong
Riding in your car
Your radio playing
We sing up to the eighth floor
A rooftop, in Manhattan
One in the morning
When you said something
That I've never forgotten
When you said something
That was really important

sábado, 12 de noviembre de 2011

Cruzada Antipirateria










Así no se puede, che!!

jueves, 10 de noviembre de 2011

Que año más Kenshingumista

Una vez, hace mucho, agarré un lápiz... 

     Este es un buen año para los fanáticos de Rurouni Kenshin. Porque con motivo del decimoquinto aniversario se anunciaron durante el año un montón de novedades acerca del vagabundo. Enumeremos:





A principios de año salió un juego nuevo para la PSP, Rurouni Kenshin Saisen. Es de lucha, en dos dimensiones, con casi todos los personajes (hasta Enishi está) y solamente en este juego podrían pasar cosas como esta:
Only in América, eh digo Kyoto
     El juego es muy divertido, no muy difícil y lo más importante de todo, anda en los emuladores.



A mitad de año se lanzó la versión Blu Ray de los ovas y se anunció que se estaban preparando dos ovas más totalmente nuevos. Aunque todo el mundo esperaba una adaptación de la ultima parte del manga estos Ovas vuelven a contar la saga de Kyoto. En diciembre se estrena en Japón la primera parte. Esperemos que algun día se le animen a la ultima parte.






Este chango haría de Kenshin...
     Por último, cerrando las novedades, se está haciendo un live action de Rurouni Kenshin. Ahí si no se qué opinar, pero de a poco están armando el elenco, y desconozco cuando se empezaría a transmitir.







      Y cerrando este post temático y casi obsesivo dejo el primer opening, que arranca de una forma y después agarra para otro lado. Presten atención a la letra que aunque podría estar mejor traducida no deja de ser muy interesante ¡Sobakasu!





miércoles, 9 de noviembre de 2011

eleveneleveneleven

     Creer que el viernes va a pasar algo por lo curioso de la fecha es tenerle mucha fe a los curas brutos que armaron el calendario.
     Ademas todo se va al carajo en el 2012, manga de impacientes. 

lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Super?

     Unas palabras sin mucho sentido acerca de dos películas:

Reacciones de Mr. Popo mirando Super:

Al principio: ¡Es una comedia!
A los veinte minutos: es una comedia
A los cuarenta (con los ojos cerrados y tratando de convencerse a si mismo): es una comedia, es una comedia, es una comedia...
Cerca del final : ¿Es una comedia?
Viendo los créditos: Es... una... comedia...

¿Que si la recomiendo? No se. Pero una película así no se ve todos los días, es toda una experiencia.


     Otra cosa es Super 8. Viendo esta película me sentí como cuando miraba ciertas películas siendo más chico. Tiene todo el aire de esas películas, ese sentimiento de amistad y épica que dejaban Los Goonies o Stand By Me, ponele. Esta sí la recomiendo. Ademas, el descarrilamiento del tren al principio (puto el que piensa que es un spoiler) es tremendo.
     Mi hermano dice que esta película es "más o menos", pero esto viene de alguien que dice que Britany Murphy (en paz descanse) estaba buena y afirma lo contrario de Rachel McAdams.

Me retiro, con los bolsillos vacíos de ideas y dinero, pero llenos de piedras.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Muy Atenta, Joven (Shinji Inside)

     Al principio no lo iba a hacer, pero como paró de llover me decidí y salí a comprar pan. El almacén esta a un par de cuadras de casa, lo que no implica una gran aventura, aunque uno nunca sabe lo que se puede encontrar en el camino.
     Algunos charcos después llego al almacén. No había demasiada gente y una radio sonaba bajito, una señora estaba saliendo, otra conversaba con la hija de la dueña y de vez en cuando le pedía alguna cosa y un repartidor de La Serenísima y la dueña también conversaban y arreglaban el próximo pedido. Entro, me pongo en un costado, al lado del mostrador a la altura de los caramelos, y espero. Escucho un poco lo que dicen, pero son los chismes de siempre sobre alguna fulana que no conozco, me aburro y paso a mirar los caramelos. Pero los caramelos también son aburridos, en especial si no están en tu boca, y me pongo a ver por la puerta de entrada a la gente que pasa por la calle. En eso entra alguien.
      Es alta, esbelta, tiene el pelo de un color anaranjado muy particular y natural, sus ojos son grandes y verdes y tiene algunas pecas en la cara. Tendrá unos veintitantos años, según mis cálculos. Me crucé con ella en otras ocasiones, aunque nunca nos saludamos ni ella notó mi existencia. Pero esta vez cuando entró al almacén cruzamos miradas y me saludó con un convencional hola. Después se puso al lado mío, con el negocio vacío, y se puso a canturrear la canción que estaba pasando la radio, con una voz bien suave.
     Estaba analizando si había algun mensaje subliminal en el comportamiento de la chica cuando se va el repartidor y la dueña del negocio pregunta quién seguía. Y ella dice...

"El señor estaba antes"
A veces me siento tan Krilin...

viernes, 4 de noviembre de 2011

Call of Duty LTA



Fuck Yeah!

jueves, 3 de noviembre de 2011

Visitante Ilustre



Ese día fue muy bueno. Me acuerdo que cuando llegó lo recibió la Guardia del Mar. Después de saludar al intendente y recibir la llave de la ciudad, salió de caravana a recorrer toda la ciudad y terminó el día poniendo las manos en el paseo de las estrellas, entre las regordetas marcas de Carmen Barbieri y la de Daniel Scioli.
¡Alabado sea!

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Smart Spam (de Jamon y Queso)


Estos sí que saben por donde entrarle a uno :P

lunes, 31 de octubre de 2011

Le pasa a todo el mundo

     Recién me di cuenta el domingo, viendo una película. Pero lo venía haciendo más o menos desde el miércoles o tal vez el jueves. Lo que no me acuerdo es por qué empecé a silbarla, la habré escuchado al pasar, o algo.



    Por suerte es una linda canción.

sábado, 29 de octubre de 2011

La caja de bombones

       La señora Eufrosina recibió para su cumpleaños, entre otros regalos, una preciosa caja de bombones. Los bombones, que no eran pocos, parecían muchos, por lo bien arreglados que estaban entre brillantes tiritas de papel plateado y dorado. Enrique entregó el regalo a su madre y le pidió que abriera el paquete antes de que llegaran las visitas.
        En cuanto Enrique vio la caja abierta, contó los bombones y le dijo:
        —¡Qué pocos! Son diez, mamá, y nosotros seremos doce.
        —Angurriento.
        —Es por ustedes —contestó Enrique, previendo que no alcanzarían para las visitas si los comían los chicos, como él esperaba.
        En efecto, doce chicos llegaron más tarde; algunos con sus madres y otros solos o acompañados por un perro de confianza, que los esperaba en la puerta. ¿Eran doce chicos para comer diez bombones? No. Debajo de la engañosa y brillante capa de papel dorado y plateado que albergaba los primeros bombones,
había otra bandejita de bombones discretamente ocultos entre papeles finos, como pelos de plata, para dar mayor placer a los golosos.
        —¡Qué felices son los chicos! —suspiraban algunas madres, y las señoras que no tenían hijos se limitaban a decir "Qué amor, qué amor, qué amor", en el momento en que, tomando el té, al dejar la taza sobre el platillo floreado, miraban por la ventana cómo jugaban aquellos angelitos, tan parecidos a los que decoraban la porcelana.
        La señora Eufrosina de pronto se excusó. Inútilmente las visitas le alabaron el peinado para que no se fuera.
        —Eufrosina, qué hermosos bucles te has hecho —le decían—. Qué divino color de canela tiene tu pelo.
        Eufrosina fue a su dormitorio, buscó la caja de bombones. Acudió, corriendo, al patio, abrió la caja y gritó a los chicos:
        —Tengo una sorpresa para ustedes, niños.
        La palabra niño era de buen o de muy mal augurio.
        Los chicos la rodearon, más bien rodearon la caja de bombones, pues ya habían sentido el olor a chocolate.
        —Elijan, hay que saber elegir, elijan —dijo sin probar un solo bombón. Así son las madres.
        Pero los chicos metían la cabeza o trataban de meterla adentro de la caja, sin decidirse. ¿Quién se decide a elegir entre tantas cosas bonitas?
        —¿De qué son? —preguntaban todos a la vez.
        —Este es de licor, éste es de avellana, éste es de almendra, éste es de menta, éste chiquito es de cerveza, éste es de dulce de leche, éste de café, éste de chocolate, no, es de nuez; qué le vas a hacer si no te gusta, éste de turrón, éste de no sé qué. Vamos. Elijan.
        Ninguno de los chicos se decidía, pero Pepe, que además de parecer tonto era muy inteligente, pensó que el mejor modo de elegir era tratar de imaginar el anillo o el broche que podrían hacer con cada uno de los papelitos brillantes que los envolvían. Pepe eligió el bombón de envoltura más deslumbrante, sin preocuparse de su contenido.
        —El gusto de comerlos se va en seguida —dijo—, pero los papelitos sirven de anillos o de broches, de medallas o de condecoraciones.
        —Vamos. Elijan de una vez, o mis visitas se irán si las dejo tanto tiempo solas —protestó la dueña de casa.
        Los chicos entrechocaban sus cabezas para mirar mejor el interior de la caja, todos al mismo tiempo, como si tuvieran cabezas diminutas o como si la caja fuera muy grande.
        —Yo quiero el rosado, porque va bien con mi vestido —dijo Felisa. Sabía que los rosados eran los más grandes.
       —Yo, el naranja —dijo Francis— porque, aunque me digan que es de avellana, creo que es de naranja. De otro modo, ¿por qué sería naranja el papel? Voy a hacerme un anillo de coral.
        —Yo quiero el de pintitas —dijo Robert—. Parece un huevito de Pascua.
        —Yo quiero el de no sé qué —dijo Alejo, con sonrisa filosófica.
        —Yo, el violeta —dijo Flaminia—. Me gusta porque es feo. Cuanto más feo más rico, decía mi niñera, porque tenía un novio feo.
        —Yo, el verde —dijo Esmeralda— porque me llamo Esmeralda.
        —Yo, el dorado —dijo Elisa—. Me gusta más el oro que la plata.
        —Yo quiero el celeste —dijo Livia.
        —No hay celeste —dijo Ramón—. Y si hubiera sería para mí.
        —Hay, hay, hay.
        —No hay que pelearse, porque hoy es el cumpleaños de mamá —dijo Enrique—. Este es celeste y basta.
        —Es lila. Bueno, es lo mismo —dijo Ramón.
        —Yo quiero el azul —gritó Alberto—. Me lo reventaron. ¿Quién le clavó un diente?. Parecemos muertos de hambre.
        Cada chico tomo su bombón, casi todos contentos, porque por un milagro de la suerte, que nunca falta, cada uno pudo elegir el que más le gustaba.
        Salvo uno, que no quiso elegir ni comer, porque no le gustaban los bombones. Se llamaba Conrado.
        El primero en probar fue Alejo. Con la boca llena, dijo:
        —Es bárbaro.
        Cuando terminó de comerlo, enrolló el papel brillante, a rayas, y se hizo un anillo que pegó con saliva al dedo, para que no se deshiciera. Inmediatamente se llenó de cascabeles y de cintas y comenzó a dar brincos en el aire. Se colgaba de los marcos de las puertas como si fueran trapecios y saltaba sobre los muebles con rapidez extraordinaria. No había forma de seguir sus movimientos, y tan acelerados eran que en su vértigo parecía no uno solo, sino varios acróbatas. Las visitas miraban desde la ventana a este inesperado saltimbanqui.
        —¿De dónde lo sacaste? ¿De un circo? —preguntó una señora a la dueña de casa—. ¡Qué fiesta!. Hasta con acróbatas, y qué vestimenta. Haces bien, querida.
        La dueña de casa no quiso desilusionar a sus invitadas y las dejó que pensaran que el acróbata, que parecía varios, era contratado. Al cabo de un rato el acróbata se cansó y felizmente perdió el anillo.
        La segunda fue Esmeralda, que devoró el bombón para hacerse con más prisa el anillo.
        —Es de esmeralda —dijo.
        En cuanto se lo puso, empezó a coser en una máquina eléctrica que encontró en el cuarto de costura. De una cortina hizo un gigantesco vestido, de un mantel dos pantalones, de un canasto de mimbre un sombrero. Por suerte, la dueña de casa no la veía, porque, a pesar de su habilidad, verla trabajar con tanta rapidez inspiraba miedo.
        Flaminia, después de comer su bombón, se hizo un broche muy bonito y se lo prendió al cuello. No tuvo tiempo de recibir felicitaciones de los otros chicos, que tenían la boca llena y no podían hablar, porque ya estaba volando a la altura del primer piso, agitando la mano como un pañuelito.
        En cuanto comió su bombón y se puso el anillo de coral rosado, Felisa corrió al piano; con tanta perfección tocó los valses nobles y sentimentales que las visitas creyeron que era una pianista contratada para la fiesta. Eufrosina recibió las felicitaciones con agrado.
        Alberto, con su anillo azul, dibujaba líneas más graciosas que las que se ven en los dibujos animados.
        —Flaminia, Flaminia, no vueles tan alto —gritó Enrique, que no se había puesto ningún anillo, porque era muy torpe para hacer trabajos manuales.
        El malabarista, por girar sobre un dedo como un trompo, se lo lastimó. El prestidigitador había roto un florero. ¿La eficacia de los anillos y broches no era, pues, perfecta como parecía a primera vista?.
        Enrique subió corriendo las escaleras hasta el quinto piso, donde vivían otras personas. Pidió permiso a los inquilinos, entró y se asomó a una ventana por donde casi pudo tocar a Flaminia, que iba y venía en el aire como un pájaro. Vio que el broche tan bonito se le había enredado en el pelo enrulado.
        —Sentate sobre el balcón y sacate el broche —le gritó, estirando el brazo.
        —No puedo —contestó Flaminia—, ¿no ves que vuelo con los brazos?.
        Enrique, exponiendo su vida, se asomó al balcón, tomó a Flaminia de la mano y con todas sus fuerzas la atrajo hasta el borde del balaustre, quitándole con una mano el broche del pelo. Sin lastimarse, cayó Flaminia en el balcón.
        La fiesta no se interrumpió en el piso bajo, porque las personas grandes, como suele suceder, no se daban cuenta de nada. Aclamaron la llegada de Flaminia y Enrique, por una coincidencia: como iban tomados de la mano parecían novios.
        —Si la casa quedó sin cortinas fue una suerte —dijo una de las invitadas—. Eran de género de vestidos y quedaban mal.
        Pero lo dijo porque quiso consolar a la dueña de casa, que las había cosido con su propia máquina de coser.
        Había aún bombones en la caja y Alejo, con sonrisa filosófica, los ofreció a las invitadas, diciéndoles que después les harían anillos.
        —Engordan —dijo la invitada que estaba dispuesta a aceptar.
        —No engordan. Son mágicos —contestó Alejo—. ¿No ve cómo brillan?.
        —No todo lo que brilla es oro —contestó la invitada, que había regalado los bombones.
        —Pero no es oro, es chocolate.
        —Chocolate por la noticia.
        —¿Todavía se dice eso?.
        —¿Dónde están nuestros anillos? —clamaron los chicos—. Esta vez vamos a aprovecharlos mejor.
        —¿Para qué? —preguntó Alejo.
        Buscaron y buscaron, pero no los encontraron en ninguna parte. Las invitadas sonrieron, pues no sabían lo importante que había sido tener esos anillos y después perderlos. Se dejaron tentar por el brillo de los bombones, por el olor del chocolate. Tardaron en elegir el bombón que más les gustaba, porque varias querían el mismo y estiraban la mano para tomarlo y luego la retiraban por educación, por no quitar a la otra lo que a ellas también les gustaba. Finalmente todas comieron un bombón. Alejo recogió los papeles, formó los anillos que las señoras, para seguir el juego, se pusieron. No bien terminó de distribuir los anillos, cosa que Alejo hizo con rapidez de relámpago, las invitadas empezaron a inflarse, revistiéndose de una finísima envoltura de colores brillantes.
        Ni una arruga en la tersa piel, ni una mancha.
        Una de las invitadas alegremente se miró en el espejito de su polvera.
        —Qué gorda estoy. No me reconozco.
        —Es natural. Somos hiperbóreas.
        —¿Qué quiere decir?.
        —¿Que no somos de este mundo?.
        —Somos de la zona circumpolar septentrional.
        —Van a volar, van a volar —gritó Alberto, con júbilo.
        —¡Qué injusticia! dijo Francis—. Ninguno de nosotros fue globo. Voy a comer un bombón y a ponerme un anillo.
        Francis comió un bombón y en vez de volverse globo, se volvió helicóptero, lo que fue más divertido.
        Los globos sonrieron sin advertir el peligro que los amenazaba: el de volar hasta el cielo. Uno que estaba fumando un cigarrillo, lo escupió. Otro se tragó un carozo. Ya empezaban a desprenderse del suelo. Todos eran lindísimos, con sus caras redondas.
        —Sáquense los anillos, los broches, las condecoraciones —gritó Esmeralda—, los aprovecharemos nosotros.
        Las invitadas nunca habían hecho nada con tanta rapidez: se quitaron los anillos, los adornos y se desinflaron.
        La fiesta resultó un éxito. Nunca se repetiría otra igual. Pero Francis, la valiente, no quería quitarse el anillo, y llegó hasta el patio volando. Allí se le cayó el anillo, por suerte.
        Esmeralda, que era tenaz, sacó de la caja el último bombón, el que había desdeñado Conrado, y se lo dio a uno de los perros, que esperaba en la puerta y con el papel hizo una condecoración, que le colgó del collar. Lo que sucedió fue maravilloso, pero terrible: el perro salió volando de la casa y hasta el día de hoy hay personas que lo ven volar sobre las casas, en días muy claros. Tal vez volverá alguna vez. Estará muy contento de ser, o más bien de llamarse como lo llaman. El primer perro hiperbóreo; pero a Conrado se le cayeron las lágrimas, porque era el dueño del perro y lo quería mucho. ¡Yo nunca olvidaré aquella caja de bombones!

Silvina Ocampo

miércoles, 26 de octubre de 2011

Two and a Half Bats

     Hace algunos días Warner Bros. sacó una adaptación animada de Year One, uno de los cómics de Batman más populares. Está muy bien, es completamente fiel al original casi viñeta a viñeta, y ya se consigue ya sabemos donde.
     Todo esto está bien, más que bien, vamos es el condenado BATMAN. Lo que en realidad quería enseñarles es una partecita muy curiosa de la película.
     El teniente Gordon empieza a sospechar que Bruno Díaz podría ser el encapotado, así que decide pegarse una vuelta por la mansión. Obviamente es recibido por Bernardo, eh digo Alfred, quien lo conduce a la sala donde esta el joven De La Vega, digo Bruno.



      Más obvio todavía es que la visita era esperada, y el Bruno tenía todo planeado, así que cuando los recibe, los recibe así:


      Y charlan un rato, no llegan a ningún lado y Gordon se retira. Esa es la escena, no tiene nada inusual, pero... se fijaron en Brunito? ¿la imagen no les resulta familiar?¿no les hace acordar a alguien?¿el titulo del post arruinó todo? Miremos más de cerca.


     ¿No está igual (a cuando no estaba hecho mierda y pasado de rosca) ?



¿Homenaje?¿Casualidad?¿Un hechizo? La respuesta otro día, a la misma hora y por el mismo baticanal.

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