martes, 12 de mayo de 2015

El Paseo Repentino

     Cuando alguien parece haberse decidido definitivamente a permanecer en casa, se ha puesto la bata, se sienta después de la cena a la mesa iluminada y emprende aquel trabajo o juego que, después de concluirse, según la costumbre, implica el irse a dormir; cuando fuera hay un tiempo desapacible, que hace el quedarse en casa algo evidente; cuando se permanece tranquilo tanto tiempo a la mesa que el levantarse e irse produciría asombro; cuando la escalera de la casa está oscura y el portal está cerrado; cuando, no obstante, alguien se levanta de repente a causa de un súbito malestar, se cambia de ropa, aparece en seguida listo para salir a la calle, declara que se va, lo hace después de una corta despedida, cada uno según la velocidad con que cierra de golpe la puerta, y cree dejar detrás un enfado mayor o menor; cuando se vuelve a encontrar en la calle, con los miembros ligeros, gracias a la inesperada libertad que se les ha otorgado; cuando a través de esta resolución siente cómo toda la capacidad de decisión se ha acumulado en su interior; cuando reconoce, con mayor importancia de la acostumbrada, que tiene más fuerza que necesidad de realizar el cambio y soportarlo; y cuando recorre así las calles —entonces esa noche se ha separado del todo de la familia, la cual se torna en algo insustancial, mientras que uno mismo, bien fijo, contorneado de negro, golpeándose detrás de los muslos, se eleva a una figura verdadera.

     Todo se afianza si se busca a un amigo a esas horas de la noche para comprobar qué tal le va.

Franz Kafka

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