jueves, 29 de septiembre de 2011

Mr. Saa Goes Bananas





miércoles, 28 de septiembre de 2011

lunes, 26 de septiembre de 2011

Sin Lugar Para la Objetividad

     La canción es siempre la misma. Claro, cambian los interpretes, la forma en que es tocada; pero la canción es la misma.
   El barrio en el que vivo desde hace más de veinte años no es un barrio fácil. Es uno de los más humildes de la ciudad y ademas de albergar gente humilde también es la guarida de malandras de la más variada clase. Y así tenemos a un grupo de diez, quince muchachos (todos convenientemente menores de edad) que se juntan una esquina y son el azote del barrio. Ellos tienen el control de la calle, vigilan todo y se encargan de robar tanto a señoras que trabajan de empleadas domesticas como a viejos que vuelven de cobrar su jubilación como a pibes que vuelven del colegio. Su accionar linda con la cobardía, porque trabajan en conjunto, rodeando a la victima solitaria, y no dudan en dañar, a los golpes o a los cuchillazos.
     Sobra decir que todos en el barrio efectivamente saben(mos) quienes son y lo que hacen.
     Entonces, volvamos al día de la primavera. Digamos que mi hermano arreglo con sus amigos un encuentro en la playa. Digamos que rumbo a la parada del colectivo no solo le roban todo lo que llevaba encima sino que ademas tienen la precaución de pegarle un tajo en la mano. Digamos que después nos enteramos que hace rato que lo tenían visto, y que estaban esperando la oportunidad justa para robarle la moto, pero al no presentarse le tomaron bronca y se desquitaron así. Digamos que ademas le advirtieron que no pase más por ahí si no quería que lo caguen a tiros. Digamos que la denuncia todavía no está tomada, debido a los mil y un detalles estúpidos que los policías ponen como excusa para no tener que venir a uno de los barrios a los que le tienen miedo. Digamos que encima, para avivar el fuego, tenemos un cuñado de carácter violento que no dudó en amenazar a los ladrones. Y ellos no solo no recularon, sino que ahora buscan la oportunidad de encajarle un par de tiros, cosa que el también tiene la intención de hacer.
     Bueno, es así como después de veintipico de años viviendo en el mismo lugar nos vemos en la obligación de huir como ratas, por miedo, un miedo con bastante fundamento. Porque acá ahora toda la familia duerme con un ojo abierto, salta al menor ruido, cada cinco minutos mira a la ventana esperando lo peor, cuando sale a la calle se contiene para no hacer el recorrido corriendo.
     Desde acá quisiera acercar un saludo a la fuerza policial, que necesita algo más tangible que un tajo para actuar, algo como un muerto, por ejemplo.

     Si hay algo de lo que con los años me convenzo es que de desaparecer la humanidad, el Universo no la extrañaría ni un poco.

sábado, 24 de septiembre de 2011

¿Por qué no bailan?

     Se sirvió otra copa en la cocina y miró los muebles del dormitorio que estaban en la parte delantera del jardín. El colchón estaba desnudo, y las sábanas de franjas color pastel yacían al lado de dos almohadas que había sobre el chifonier. Salvo en eso, las cosas tenían un aspecto muy parecido al que habían tenido en el dormitorio: mesilla de noche y lámpara de lectura en su lado de la cama; mesilla de noche y lámpara de lectura en el lado de ella. Su lado, el lado de ella. Pensó en ello mientras bebía a sorbos el whisky. El chifonier estaba a unos pasos del pie de la cama. Había vaciado los cajones y había metido su contenido en cajas de cartón aquella misma mañana, y las cajas estaban en el salón. Junto al chifonier había una estufa portátil, y al pie de la cama había una silla de ratán con un cojín de diseño. Los muebles de aluminio bruñido de la cocina ocupaban parte del camino de entrada. Un desmesurado mantel de muselina amarilla —un regalo— cubría la mesa y colgaba por los cuatro costados. Un helecho con su maceta descansaba sobre la mesa, al lado de la caja de la vajilla de plata —otro regalo—. Había un enorme televisor de consola encima de una mesita, y a poco más de un metro un sofá y una butaca y una lámpara de pie. Había tendido un cable desde la casa y todo estaba conectado, todo funcionaba. El escritorio estaba colocado contra la puerta del garaje. Sobre él se veían unos cuantos utensilios, y un reloj de pared y dos litografías enmarcadas. En el camino de entrada había también una caja de cartón con tazas, vasos y platos, envueltos por separado en papel de periódico. Aquella mañana había vaciado los armarios y, con excepción de las tres cajas de cartón de la sala, todo estaba fuera de la casa. De cuando en cuando un coche aminoraba la marcha y sus ocupantes echaban una ojeada. Pero ninguno paraba. Se le ocurrió que, si estuviera en su caso, tampoco él pararía.
     —Santo Dios, debe de ser una liquidación casera —le dijo la chica al chico.
     Estaban amueblando un pequeño apartamento.
      —Vamos a preguntar cuánto piden por la cama —dijo la chica.
      —¿Y cuánto pedirán por el televisor? —dijo el chico.
      Enfiló el camino de entrada y se detuvo delante de la mesa de la cocina.
      Se bajaron del coche y empezaron a mirar las cosas. La chica tocó el mantel de muselina. El chico enchufó la batidora y puso el selector en PICAR. La chica levantó un calientaplatos. El encendió la televisión e hizo unos ajustes precisos. Y se sentó en el sofá a verla. Encendió un cigarrillo, miró a su alrededor y echó la cerilla apagada en la hierba. La chica se sentó en la cama. Se quitó los zapatos y se tendió boca arriba. Veía la estrella vespertina.
      —Ven aquí, Jack. Prueba la cama. Trae una de esas almohadas —dijo la chica.
      —¿Qué tal es? —dijo él.
      —Pruébala —dijo ella.
      El chico miró en torno. La casa estaba a oscuras.
      —No me siento cómodo —dijo—. Será mejor que mire si hay alguien ahí dentro.
      La chica brincó en la cama sobre el trasero.
      —Antes pruébala —dijo.
      El chico se tumbó en la cama y se puso la almohada debajo de la cabeza.
      —¿Qué tal? —dijo la chica.
      —Parece sólida —dijo el chico.
      La chica se volvió sobre un costado y le rodeó el cuello con un brazo.
      —Bésame —dijo.
      —Levantémonos —dijo él.
      —Bésame. Bésame, cariño —dijo ella. Cerró los ojos. Lo abrazó. El tuvo que abrirle los dedos.
      Dijo:
      —Veré si hay alguien en la casa.
      Pero no hizo más que incorporarse.
      El televisor seguía encendido. Las luces empezaban a encenderse en las casas de la calle. El chico se sentó en el borde de la cama.
      —¿No crees que sería divertido...? —dijo la chica sonriendo. Dejó la frase a medias.
      El chico se echó a reír. Encendió la lámpara de la mesilla de noche.
      La chica se quitó un mosquito de un manotazo.
      El se puso de pie y se metió la camisa en el pantalón.
      —Veré si hay alguien en la casa —dijo—. No creo que haya nadie. Pero si hay alguien, le preguntaré qué piden por las cosas.
      —Pidan lo que pidan, ofréceles diez dólares menos —dijo ella—. Tienen que estar desesperados o algo así.
      Se incorporó sobre la cama y se puso a ver la televisión.
      —¿Por qué no la pones más alto? —dijo la chica.
      —Es un televisor estupendo —dijo él.
      —Pregúntales cuánto —dijo ella.
      Max se acercaba por la acera con una bolsa del supermercado. En ella traía sandwiches, cerveza y whisky. Llevaba bebiendo toda la tarde, y había llegado a un punto en el que la bebida parecía empezar a hacerle estar sobrio. Pero eran lapsos. Se había parado en el bar de al lado del supermercado, y había escuchado una canción en la máquina de discos, y al final había oscurecido antes de acordarse de que tenía las cosas en el jardín delantero.
      Vio el coche en el camino de entrada, y a la chica sentada en la cama. El televisor seguía encendido. Luego vio al chico en el porche. Empezó a subir por el jardín.
      —Hola —le dijo a la chica—. Ya has visto la cama. Perfecto.
      —Hola —dijo la chica, y se levantó—. La estaba probando. —Dio unos golpecitos en la cama—. Es una cama muy buena.
      —Es una buena cama —dijo Max—. ¿Qué más puedo decir?
      Sabía que tenía que decir algo. Dejó la bolsa en el suelo y sacó la cerveza y el whisky.
      —Pensábamos que no había nadie —dijo el chico—. Nos interesa la cama, y quizá el televisor. Y puede que también el escritorio. ¿Cuánto quiere por la cama?
      —Pensaba en cincuenta dólares —dijo Max.
      —¿La dejaría en cuarenta? —preguntó la chica.
      —De acuerdo, os la dejo en cuarenta —dijo Max.
      Sacó un vaso de la caja de cartón, le quitó el papel de periódico, rompió el precinto del whisky.
      —¿Qué me dice del televisor? —dijo el chico.
      —Veinticinco.
      —¿Lo dejaría en veinte? —dijo la chica.
      —Veinte está bien. Lo dejo en veinte—dijo Max.
      La chica miró al chico.
      —Eh, chicos, ¿queréis un trago? —dijo Max—. Hay vasos en esa caja. Voy a sentarme. Voy a sentarme en el sofá.
      Se sentó en el sofá, se echó hacia atrás y se quedó mirándoles.
      El chico sacó dos vasos y sirvió whisky.
      —¿Cuánto quieres? —le preguntó a la chica.
      Sólo tenían veinte años, el chico y la chica; mes más, mes menos.
      —Ya basta —dijo la chica—. El mío lo quiero con agua.
      Acercó una silla y se sentó en la mesa de la cocina.
      —Hay agua en aquel grifo —dijo Max—. Abre aquel grifo.
      El chico echó agua en los vasos de whisky, en el suyo y en el de ella. Se aclaró la garganta antes de sentarse también en la mesa de la cocina. Luego sonrió. Los pájaros volaban en lo alto en busca de insectos.
      Max miró la televisión. Terminó su copa. Alargó la mano para encender la lámpara de pie y el cigarrillo se le cayó entre los cojines. La chica se levantó y fue a ayudarle a encontrarlo.
      —¿Quieres algo más, cariño? —dijo el chico.
      Sacó la chequera. Sirvió más whisky, a él y a la chica.
      —Oh, también quiero el escritorio —dijo la chica—. ¿Cuánto pide por el escritorio?
      Max, ante lo absurdo de la pregunta, movió la mano en el aire.
      —Di una cantidad —dijo.
      Miró a los chicos, que seguían sentados en la mesa de la cocina. A la luz de la lámpara, creyó ver algo en sus caras. Por espacio de unos segundos creyó ver en ellos una expresión de conspiradores. Y luego le pareció una expresión tierna; no había otra palabra para definirla. El chico tocó la mano de la chica.
      —Voy a quitar esa televisión y voy a poner un disco—anunció Max—. También vendo el tocadiscos. Barato. Decid una cantidad.
      Se sirvió más whisky, y abrió una cerveza.
      —Lo vendo todo.
      La chica alargó el vaso y Max le sirvió más whisky.
      —Gracias —dijo.
      —Se sube a la cabeza —dijo el chico—. Empiezo a sentir como un zumbido.
      Apuró el vaso, aguardó, se sirvió otro trago. Extendía un cheque cuando Max encontró los discos.
      —Elige algo que te guste —le dijo Max a la chica, poniéndole los discos delante para que los viese.
      El chico seguía rellenando el cheque.
      —Éste —dijo la chica, señalando uno.
      No conocía los nombres de las tapas, pero qué más daba. Era una aventura. Se levantó de la mesa y volvió a sentarse. No quería estar quieta todo el tiempo.
      —Lo estoy haciendo para que lo cobre en ventanilla —dijo el chico, sin dejar de escribir.
      —Muy bien —dijo Max.
      Bebió el whisky que le quedaba, y siguió con una cerveza. Volvió a sentarse en el sofá y cruzó una pierna sobre la otra.
      Bebieron. Escucharon el disco hasta que terminó. Y entonces Max puso otro.
      —¿Por qué no bailáis, chicos? —dijo Max—. Es una buena idea. ¿Por qué no bailáis?
      —No, no... —dijo el chico—. ¿Quieres bailar, Carla?
      —Venga —dijo Max—. Es el camino de mi jardín. Podéis bailar.
      Abrazados, sus cuerpos se apretaban el uno cotitra el otro; el chico y la chica se movían por el camino de entrada. Estaban bailando.
      Cuando acabó el disco, la chica le pidió a Max que bailara con ella. Seguía descalza.
      —Estoy borracho —dijo él.
      —No está borracho —dijo la chica.
      —Bien, yo sí estoy borracho —dijo el chico.
      Max dio la vuelta al disco, y la chica se acercó a él. Se pusieron a bailar.
      La chica miró a la gente que había en la ventana mirador del otro lado de la calle.
      —Esa gente de ahí enfrente —dijo—. Está mirando. ¿Le importa?
      —No, no me importa —dijo Max—. Es el camino de mi jardín. Podemos bailar. Se pensaban que lo habían visto todo en esta casa, pero no habían visto esto.
      Al poco él sintió el aliento caliente de la chica en el cuello, y dijo:
      —Espero que te guste la cama.
      —Me gustará —dijo la chica.
      —Espero que a los dos os guste —dijo Max.
      —¡Jack! —dijo la chica—. ¡Despierta!
      Jack tenía la barbilla apoyada en una mano, y los miraba con aire adormilado.
      —Jack —dijo la chica.
      Cerró y abrió los ojos. Apoyó la cara en el hombro de Max. Lo atrajo hacia sí.
      —Jack —susurró la chica.
      Miró la cama, y no lograba entender qué estaba haciendo en el jardín. Miró el cielo por encima del hombro de Max. Se apretó contra él. Se sintió llena de una felicidad insoportable.

      La chica contó después:
      —El tipo era de edad mediana. Tenía todas las cosas de la casa fuera, en la parte delantera del jardín. No bromeo. Nos emborrachamos y bailamos. En la entrada de los coches. Oh, Dios. No os riáis. Puso unos discos. ¿Veis ese tocadiscos? Nos lo regaló él. Esos viejos discos también. Jack y yo dormimos en su cama. A la mañana siguiente Jack tenía resaca, y tuvo que alquilar un furgón para transportar todas las cosas que nos llevábamos. Me desperté una vez, y el tipo estaba tapándonos con una manta. Sí. Con esta manta. Tocadla.
      Siguió hablando. Se lo contó a todo el mundo. Había más cosas, lo sabía, pero no lograba darles forma de palabras. Al cabo de un rato, dejó de hablar de ello.

De Principiantes, de Raymond Carver.


*** 
     Como todo tiene que ver con todo (?) quería recomendarles Everything Must Go que tiene a Will Ferrell como protagonista. Cada tanto pasa que los actores cómicos al grito de "no quiero que me encasillen en este tipo de papeles" hacen alguna película un poco más seria. Este sería el caso.
     Una cosa más: está basada en el cuento de arriba. Aunque sería muchísimo más apropiado decir que está inspirada en el cuento, porque más allá de algunos elementos esenciales el resto no tiene nada que ver con el cuento.
     Pero la película está bastante bien igual. 

viernes, 23 de septiembre de 2011

Otro Desvario y Una Derrota



      Esta semana descubrí el nombre del estereotipo de mujer por el que generalmente me siento atraído: Manic Pixie Dream Girl. Como no quiero robar contenido ajeno les dejo la entrada de la Wikipedia. ¿Se acuerdan lo de no robar contenido ajeno? Bueno, mentí:


     Bueno, no es tan raro que a alguien que básicamente es un estereotipo le atraiga otro estereotipo :P



Sí, es dibujo propio. Perdón.

    Hace poco termino el sexto concurso de Las Historietas. Generalmente nunca tengo ganas de hacer nada, pero esta vez me dieron ganas de participar. Para esto decidí, primero: manchar a todo un símbolo de la literatura, como lo es el Principito; y segundo: no seguir estrictamente ni las directivas del concurso ni las de la proporción.


     Obvio, no gané (aunque igual se puede ver la historieta) :P

jueves, 22 de septiembre de 2011

Definición


lunes, 19 de septiembre de 2011

Una Descripción

     El momento duró cinco minutos; luego la puerta se abrió y entró Angélica. La primera impresión fue de deslumbrante sorpresa. Los Salina contuvieron la respiración; Tancredi llegó a sentir como le latían las venas de las sienes. Bajo el impacto que recibieron entonces del ímpetu de su belleza, los hombres fueron incapaces de notar, analizándola, los no pocos defectos que aquella belleza tenía; muchas debían ser las personas que de este trabajo crítico no fueron nunca capaces. Era alta y bien hecha, en base a generosos criterios; su piel debía poseer el sabor de la crema fresca a la cual se parecía, la boca infantil el de las frutillas. Bajo la masa de los cabellos del color de la noche llenos de suaves ondulaciones, los ojos verdes asomaban inmóviles como los de las estatuas y, como ellos, un poco crueles. Avanzaba lentamente, haciendo rodar en torno de sí la amplia pollera blanca y poseía la calma, la invencibilidad de las mujeres seguras de su belleza. Recién muchos meses después se supo que en el momento de su entrada victoriosa había estado a punto de desvanecerse de ansiedad.

De El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa 

sábado, 17 de septiembre de 2011

Altura del Año



     Esta época del año ofrece una oportunidad única para quedar como un genio de la meteorología ante los ignaros. Y es que si uno ve que los ciruelos ya florecieron sabe que pronto vendrá un período de tiempo con vientos fortísimos. Bueno, este año ya es un poco tarde, pero el próximo ya saben como ser el centro de atención de las fiestas :P

jueves, 15 de septiembre de 2011

Deja Vú


     Todos sabemos en que consiste un deja vu. Estamos en un lugar o se desarrolla algun evento e instantáneamente nos viene la sensación de ya haberlo vivido. También sabemos que esto se debe a un pequeño error del cerebro, que, de vez en cuando, no llega a procesar lo que estamos percibiendo sino que demora un tiempo, el suficiente para que una vez que se acomoda nos quede la sensación del recuerdo; cosa que es cierta, es un recuerdo, pero de algo que ocurrió hace unas milésimas de segundo.
     En mi caso, cuando me ocurre uno llevo la experiencia un paso más adelante: después de la sensación trato de reconstruir cómo sigue el recuerdo, y entonces imagino por ejemplo, si estoy en la calle, de qué color va a ser el próximo coche que pase; o si el deja vu me pasa durante una conversación inmediatamente estimo como va a seguir, imaginándome el resto del dialogo. Y hay veces en las que realmente me creo la reconstrucción, llevándome al poco tiempo una pequeña decepción.
      Antes de irme les dejo una inquietud que tengo acerca de los deja vu. Si bien la explicación científica es convincente siempre queda la posibilidad de que sea errónea y, efectivamente estemos teniendo una premonición. Si esto fuera cierto, por el solo hecho de tener un deja vu estaríamos alterando el desarrollo de nuestra linea temporal.

     Como siempre, mi cháchara vacía y sin sentido es la excusa  para dejarles la visión sobre el tema de alguien mejor: 


Gracias a los muchachos de Sunset Boulevard por poner al alcance de mi mano estos programas. 

Deja Vu

     Todos sabemos en que consiste un deja vu. Estamos en un lugar o se desarrolla algun evento e instantáneamente nos viene la sensación de ya haberlo vivido. También sabemos que esto se debe a un pequeño error del cerebro, que, de vez en cuando, no llega a procesar lo que estamos percibiendo sino que demora un tiempo, el suficiente para que una vez que se acomoda nos quede la sensación del recuerdo; cosa que es cierta, es un recuerdo, pero de algo que ocurrió hace unas milésimas de segundo.
     En mi caso, cuando me ocurre uno llevo la experiencia un paso más adelante: después de la sensación trato de reconstruir cómo sigue el recuerdo, y entonces imagino por ejemplo, si estoy en la calle, de qué color va a ser el próximo coche que pase; o si el deja vu me pasa durante una conversación inmediatamente estimo como va a seguir, imaginándome el resto del dialogo. Y hay veces en las que realmente me creo la reconstrucción, llevándome al poco tiempo una pequeña decepción.
      Antes de irme les dejo una inquietud que tengo acerca de los deja vu. Si bien la explicación científica es convincente siempre queda la posibilidad de que sea errónea y, efectivamente estemos teniendo una premonición. Si esto fuera cierto, por el solo hecho de tener un deja vu estaríamos alterando el desarrollo de nuestra linea temporal.

     Como siempre, mi cháchara vacía y sin sentido es la excusa  para dejarles la visión sobre el tema de alguien mejor: 


Gracias a los muchachos de Sunset Boulevard por poner al alcance de mi mano estos programas. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ir o No Ir, Esa Es La Cuestión

Viendo la imagen no parece una pregunta difícil de responder, no?


¿Será este el fin de Shakespeare zombie?

martes, 13 de septiembre de 2011

Una Idea Lindísima



Y ya que estamos de buen humor:

Recuerden que se viene una serie con Zooey de protagonista...
   

lunes, 12 de septiembre de 2011

No Sería el Único


sábado, 10 de septiembre de 2011

Una Entrada Modesta

Lo mejor de todo es que yo no los busco, ellos me encuentran.

EL ÚLTIMO PISO

     La comida sería a las nueve y media, pero me encarecieron que llegara un rato antes, para que me presentaran a los otros invitados.
     Llegué apresuradamente, sobre la hora, y, ya en el ascensor, apreté el botón del último piso, donde me dijeron que vivían.
     Llamé a la puerta. La abrieron y me hicieron pasar a una sala en la que no había nadie. Al rato entró una muchacha que parecía asombrada de mi presencia.
     -¿Lo conozco? -me preguntó.
     -No lo creo -dije-. ¿Aquí viven los señores Roemer?
     -¿Los Roemer? -preguntó la muchacha, riendo-. Los Roemer viven en el piso de abajo.
     -No me arrepiento de mi error. Me permitió conocerla -aseguré.
     -¿No habrá sido deliberado? -inquirió la muchacha, muy divertida.
     -Fue una simple casualidad -afirmé.
     -Señor... -dijo-. Ni siquiera sé cómo se llama.
     -Bioy -le dije-. ¿Y usted?
     -Margarita. Señor Bioy, ya que de una manera u otra llegó a mi casa, no me dirá que no, si lo convido a tomar una copita.
     -¿Para brindar por mi error? Me parece muy bien.
     Brindamos y conversamos. Pasamos un rato que no olvidaré.
     Llegó así un momento en que miré el reloj y exclamé alarmado:
     -Tengo que dejarla. Me esperan, para comer, los Roemer a las nueve y media.
     -No seas malo -exclamó.
     -No soy malo. ¡Qué más querría que no dejarte nunca!, pero me esperan para comer.
     -Bueno, si preferís la comida no insisto. Has de tener mucha hambre.
     -No tengo hambre -protesté- pero prometí que llegaría antes de las nueve y media. Los Roemer estarán esperándome.
     -Perfectamente. Corra abajo. No lo retengo aunque le aclaro: no creo que vuelva a verme.
     -Volveré -dije-. Le prometo que volveré.
     Podría jurar que antes nos habíamos tuteado. Pensé que estaba enojada, pero no tenía tiempo de aclarar nada. La besé en la frente, solté mis manos de las suyas y corrí abajo.
     Llegué a las nueve y treinta al octavo piso. Comí con los Roemer y sus otros invitados. Hablamos de muchas cosas, pero no me pregunten de qué, porque yo sólo pensaba en Margarita. Cuando pude me despedí. Me acompañaron hasta el ascensor.
     Cerré la puerta y me dispuse a oprimir el botón del noveno piso. No existía ese botón. El de más arriba era el octavo.
     Cuando oí que los Roemer cerraban la puerta de su departamento, salí del ascensor para subir por la escalera. Sólo había allí escalera para bajar. Oí que había gente hablando en el palier del sexto piso. Bajé por la escalera y les pregunté cómo podía subir al noveno piso.
     -No hay noveno piso - me dijeron.
     Empezaron a explicarme que en el octavo vivían los Roemer, que eran, seguramente, las personas a quienes yo quería ver... Murmuré no sé qué y sin escuchar lo que decían me largué escaleras abajo.

Adolfo Bioy Casares, Una Magia Modesta.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Una Canallada

     Debo agradecer a nuestro amigo común el Licenciado Jasper quien me advirtió del siguiente abuso de mi inmensa popularidad:


     Por este medio quisiera declarar que se trata de una clara maniobra de los saiyajin de siempre, que no desperdician oportunidad de abusar del buen nombre de sus amigos. Son los últimos manotazos de ahogado de estos individuos que recientemente vieron afectada negativamente su popularidad por culpa de unos doblajes tristísimos.
     Ademas todo el mundo sabe, y esto no es un misterio, que  apoyo incondicionalmente a Nolberto Ladroga, un estadista de raza, que siempre está donde se lo necesita:


jueves, 8 de septiembre de 2011

5 segundos

     La paloma mira con atención desde el cable que pasa sobre el patio. A un lado ve un koala de peluche semimutilado y sucio. Frente a ella está el rosal preparándose para la primavera. Le llama la atención una mata de pasto, y cuidándose de que no haya nadie peligroso alrededor baja a mirarla más de cerca.
     La gata sale con rapidez de su escondite, que está a unos diez metros de la paloma. Cuando llega a un metro de distancia, el pájaro la mira con un gesto de burla y sale volando. Ella de todos modos sigue su carrera, para disimular, y se esconde atrás del rosal, a la sombra.
     Mientras tanto, el perro levanta la cabeza, mira, olisquea un poco el aire tibio y se vuelve a dormir.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El pez por la boca muere

     Lo malo de ser Míster Popo (aunque no se si hay algo bueno) es que si leíste hace poco El Camino del Tabaco y, a los días, te pusiste a jugar Mafia no vas a poder evitar, cada vez que tengas que manejar un auto, ir tocando la bocina todo el camino, como Dude.

     Menos mal que no se manejar...

martes, 6 de septiembre de 2011

Miau


     Caminar por calles aleatorias a veces es divertido.
     ¿Ven algo pintoresco en la foto? No, no son las mandarinas (todo un detalle del dueño de la casa). Sí, es el gato, el gato ese arriba en el techo, pero...
     Pero viéndolo más de cerca (y no a través de una imagen pedorra obtenida con un celular de pobres prestaciones) se puede advertir que no es un gato, sino una estatua de un gato. Como decía, pintoresco.

     Bueno, pero, ¿qué es lo que venía a decir? No me acuerdo, por ahí el doctor Fishbein sí:


     No, parece que está ocupado en otra cosa...

Confucio y el loco

Cuando Confucio estaba visitando el estado
       de Chu
apareció Kien Yu,
el loco de Chu,
y cantó a la puerta del Maestro:
       "Oh, Fénix, Fénix,
        ¿dónde ha ido a parar tu virtud?
        ¡No puede alcanzar el futuro
        ni traer de vuelta el pasado!
        Cuando el mundo tiene sentido,
        los sabios tienen trabajo.
        Sólo pueden esconderse
        cuando el mundo está patas arriba.
        Hoy en día, si consigues mantenerte
        con vida,
        afortunado eres:
        ¡Intenta sobrevivir!

        La alegría es ligera como una pluma,
        pero¿quién puede llevarla?
        El dolor cae como un corrimiento de
        tierras,
        ¿quién puede detenerlo?
        Nunca, nunca
        vuelvas a enseñar la virtud.
        Caminas en peligro.
        ¡Cuidado!¡Cuidado!
        Hasta los helechos pueden cortar tus
        pies.
        Cuando yo camino, loco,
        camino bien;
        pero ¿soy yo un hombre
        para imitar?"

El árbol en lo alto de la montaña es su propio
enemigo.
La grasa que alimenta la luz se devora a sí
misma.
El árbol de la canela es comestible: ¡así que
Se lo derriba!
El árbol de la laca es rentable: lo mutilan.
Todo hombre sabe lo útil que es ser útil.

Nadie parece saber
lo útil que es ser inútil.

De El Camino de Chuang Tzu de Thomas Merton

sábado, 3 de septiembre de 2011

Hoy, en Hagalo Usted Mismo:


La próxima semana: "Tráfico de armas: las rutas más seguras"

viernes, 2 de septiembre de 2011

The Cry of the Pedophile


jueves, 1 de septiembre de 2011

Aqui y Ahora

     Esta es una idea loca que se me acaba de ocurrir: El presente no existe. Solo hay futuro convirtiendose en pasado. Es decir si es algo, el presente sería una transición. Y nosotros seríamos esperanza convirtiendose en recuerdos.
     Sí, estoy al pedo y aburrido. Le dedico esta entrada a los seguidores del "carpe diem".

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...