lunes, 20 de mayo de 2013

Un buen interrogante


     Los dos años que pasó en su casa, luego de su regreso de Stourbridge, los pasó en lo que él pensó haraganería, y fue sermoneado por su padre y su exigencia de aplicación continua. No tenía un plan de vida establecido, ni miraba al futuro, sino que vivía el día a día. Aún leía en una forma desordenada, sin ningún esquema de estudio, a medida que el azar le ponía un libro en el camino, y sus inclinaciones lo dirigían hacia ellos. Él solía mencionar una curiosa anécdota de sus lecturas, de cuando no era más que un niño. Habiendo imaginado que su hermano tenía ocultas algunas manzanas detrás de un enorme manuscrito en un alto estante de la tienda de su padre, el trepó en busca de ellas; pero el enorme manuscrito resultó ser Petrarca, al que había visto mencionado, en algún prefacio, como uno de los restauradores del aprendizaje. Con su curiosidad exaltada por esto, se sentó, y con avidez leyó una gran parte del libro. Lo que él leyó durante esos dos años, me dijo, no eran obras de mero entretenimiento, “ni viajes y travesías, sino toda literatura, señor, todos escritores antiguos, todos viriles; aunque pocos griegos, solo algo de Anacreonte y Hesíodo; pero de esta irregular forma (añadió) he visto muchos libros, que no eran comúnmente conocidos en las universidades, en las que rara vez leen algún libro que no sea los que los tutores ponen en sus manos; de manera que cuando fui a Oxford, el Doctor Adams, ahora maestro del Pembroke College, me dijo que yo era el postulante mejor calificado para ingresar que haya visto.”

     Al estimar el progreso de su mente durante esos dos años, así como en todos los períodos futuros de su vida, no debemos prestar atención a su confesión apresurada de haraganería; como podemos ver cuando se lo explica a si mismo, que estaba aprendiendo de varias fuentes; y en efecto él mismo cierra el tema al decir “no quisiera que piense que no estaba haciendo nada en ese entonces.” Él podría, quizás, haber estudiado más asiduamente; pero se puede poner en duda si una mente como la suya no fue más enriquecida dando un largo paseo por los campos de la literatura que si hubiera sido confinada en un solo lugar. La analogía entre cuerpo y mente es muy general, y el paralelo se mantiene tanto a su alimento como a cualquier otro particular. Se concede que la carne de los animales que se alimentan libremente tiene más sabor que la de aquellos que son puestos a engorde. ¿No podría haber la misma diferencia entre los hombres que leen según sus gustos y los hombres se confinan en claustros y colegios para hacer tareas establecidas?


De La Vida De Samuel Johnson de James Boswell.

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