—Como he dicho antes —observó Mr. Pond hacia el fin de uno de sus discursos, lúcidos siempre pero más bien extensos—, nuestro amigo Gahagan es un hombre muy veraz y dice mentiras injustificadas e innecesarias. Pero esta misma veracidad...
El capitán Gahagan ondeó una mano enguantada como para admitir cortésmente todo lo que los demás quisieran decir; tenía una flor vistosísima en la solapa y parecía extraordinariamente alegre. Sir Hubert Wotton, el tercer miembro de la pequeña conferencia, se irguió en su asiento, porque había seguido la corriente de palabras con una atención infatigable, inteligente, mientras Gahagan, aunque radiante, parecía algo abstraído. Estos absurdos exabruptos siempre hacían que sir Hubert se irguiera en su silla.
—Repita eso —dijo, no sin sarcasmo.
—Es bien evidente —insistió Mr. Pond—. Un verdadero embustero no dice mentiras injustificadas e innecesarias. Dice mentiras prudentes y necesarias. No era necesario para Gahagan decirnos, una vez, que había visto, no una serpiente de mar, sino seis, cada una más grande que la anterior; menos aún informarnos de que cada reptil, a su vez, se tragó entero al anterior, y que el último de todos abría ya la boca para tragarse el buque, cuando advirtió que era solamente un bostezo después de una comida excesiva, y el monstruo se puso repentinamente a dormir. No aludiré a la matemática simetría con que bostezaba cada serpiente dentro de cada serpiente y con que se dormía cada serpiente, menos la más pequeña, que no había comido y salió a buscar algún alimento. Digo que no era necesario para Gahagan decirnos todo eso. No era siquiera prudente. Es muy improbable que con este cuento aumenten sus perspectivas mundanas o se haga merecedor de recompensas o condecoraciones por la investigación científica. El mundo científico oficial, no sé por qué, tiene muchos prejuicios contra cualquier historia, aunque de una sola serpiente de mar, y mucho menos probable sería que aceptara la narración en su forma presente.
"Otra vez —continuó Mr. Pond— el capitán Gahagan nos relató que había sido un misionero de la Iglesia Liberal y predicado de buena gana en los púlpitos de los no conformistas, luego en las mezquitas de los musulmanes, después en los monasterios del Tibet, pero donde se vio más calurosamente recibido fue por una mística secta de teístas de aquellas regiones, gentes en un estado de suprema exaltación espiritual, que le veneraban como a un dios, hasta que descubrió que eran entusiastas de los sacrificios humanos y él iba a ser la víctima. Esta afirmación fue también innecesaria. Haber sido un clérigo latitudinario no ha de hacerle adelantar mucho en su actual profesión ni adecuarle a sus presentes actividades. Sospecho que la historia fue en parte una parábola o una alegoría. Pero de todas maneras, era innecesaria y evidentemente inexacta. Y cuando una cosa es evidentemente inexacta, es notorio que no es una mentira."
—Supongamos —dijo Gahagan bruscamente—, supongamos que yo le narrara algo realmente cierto.
—Yo lo oiría con grandes sospechas —declaró Wotton.
El capitán Gahagan ondeó una mano enguantada como para admitir cortésmente todo lo que los demás quisieran decir; tenía una flor vistosísima en la solapa y parecía extraordinariamente alegre. Sir Hubert Wotton, el tercer miembro de la pequeña conferencia, se irguió en su asiento, porque había seguido la corriente de palabras con una atención infatigable, inteligente, mientras Gahagan, aunque radiante, parecía algo abstraído. Estos absurdos exabruptos siempre hacían que sir Hubert se irguiera en su silla.
—Repita eso —dijo, no sin sarcasmo.
—Es bien evidente —insistió Mr. Pond—. Un verdadero embustero no dice mentiras injustificadas e innecesarias. Dice mentiras prudentes y necesarias. No era necesario para Gahagan decirnos, una vez, que había visto, no una serpiente de mar, sino seis, cada una más grande que la anterior; menos aún informarnos de que cada reptil, a su vez, se tragó entero al anterior, y que el último de todos abría ya la boca para tragarse el buque, cuando advirtió que era solamente un bostezo después de una comida excesiva, y el monstruo se puso repentinamente a dormir. No aludiré a la matemática simetría con que bostezaba cada serpiente dentro de cada serpiente y con que se dormía cada serpiente, menos la más pequeña, que no había comido y salió a buscar algún alimento. Digo que no era necesario para Gahagan decirnos todo eso. No era siquiera prudente. Es muy improbable que con este cuento aumenten sus perspectivas mundanas o se haga merecedor de recompensas o condecoraciones por la investigación científica. El mundo científico oficial, no sé por qué, tiene muchos prejuicios contra cualquier historia, aunque de una sola serpiente de mar, y mucho menos probable sería que aceptara la narración en su forma presente.
"Otra vez —continuó Mr. Pond— el capitán Gahagan nos relató que había sido un misionero de la Iglesia Liberal y predicado de buena gana en los púlpitos de los no conformistas, luego en las mezquitas de los musulmanes, después en los monasterios del Tibet, pero donde se vio más calurosamente recibido fue por una mística secta de teístas de aquellas regiones, gentes en un estado de suprema exaltación espiritual, que le veneraban como a un dios, hasta que descubrió que eran entusiastas de los sacrificios humanos y él iba a ser la víctima. Esta afirmación fue también innecesaria. Haber sido un clérigo latitudinario no ha de hacerle adelantar mucho en su actual profesión ni adecuarle a sus presentes actividades. Sospecho que la historia fue en parte una parábola o una alegoría. Pero de todas maneras, era innecesaria y evidentemente inexacta. Y cuando una cosa es evidentemente inexacta, es notorio que no es una mentira."
—Supongamos —dijo Gahagan bruscamente—, supongamos que yo le narrara algo realmente cierto.
—Yo lo oiría con grandes sospechas —declaró Wotton.
—¿Quiere usted decir que todavía pensaría que estoy novelando? Pero ¿por qué?
—Porque sería muy parecido a una novela —replicó Wotton.
—Pero ¿no le parece —preguntó pensativo el capitán— que la vida real es a veces como una novela?
—Me parece —replicó Wotton, con cierta sagacidad genuina que tenía en lo más hondo— que siempre me sería posible señalar la diferencia.
—Tiene usted razón —apuntó Pond—, y me parece que la diferencia es ésta: la vida es artística por partes, no en su conjunto; es como si estuviera hecha de retazos de diferentes obras de arte. Cuando todo está armado y todo casa bien, dudamos. Yo podría creer hasta que Gahagan vio seis serpientes de mar, pero no que cada una era más grande que la anterior. Si hubiese dicho que había una serpiente grande y después una pequeña y luego una más grande, podría habernos engañado. A menudo decimos que determinada situación social es como una novela, pero no termina como la novela, al menos, no como la misma novela.
—Porque sería muy parecido a una novela —replicó Wotton.
—Pero ¿no le parece —preguntó pensativo el capitán— que la vida real es a veces como una novela?
—Me parece —replicó Wotton, con cierta sagacidad genuina que tenía en lo más hondo— que siempre me sería posible señalar la diferencia.
—Tiene usted razón —apuntó Pond—, y me parece que la diferencia es ésta: la vida es artística por partes, no en su conjunto; es como si estuviera hecha de retazos de diferentes obras de arte. Cuando todo está armado y todo casa bien, dudamos. Yo podría creer hasta que Gahagan vio seis serpientes de mar, pero no que cada una era más grande que la anterior. Si hubiese dicho que había una serpiente grande y después una pequeña y luego una más grande, podría habernos engañado. A menudo decimos que determinada situación social es como una novela, pero no termina como la novela, al menos, no como la misma novela.
G. K. Chesterton, Las Paradojas de Mr. Pond (fragmento)
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